El clima de Perú
es tan complejo y variado como su geografía, en la que se alternan
altiplanos de 4.000 m. de altitud con costas inacabables y selvas tropicales
fragosas e intrincadas. En el altiplano las temperaturas son extremas tanto
por el día como por la noche, las precipitaciones escasísimas
y la vegetación rala y escasa. En la costa, semidesértica
en su mayoría, más que llover abunda la neblina, la "garúa",
aunque el clima es suave, sobre todo hacia el norte, gracias a las corrientes
marinas. En la selva, por el contrario, llueve sin tregua varios meses al
año, y la vegetación crece con ímpetu en cualquier
rincón. Si pudiésemos poner lado con lado los departamentos
tropicales peruanos con los costeros tendríamos el mayor de los contrastes
paisajísticos: por un lado la arena y el polvo amarillos y grises,
que han hecho del adobe la principal herramienta durante siglos; por otro
árboles y plantas de un verde intenso, constante, apabullante.
El altiplano
en torno al Titicaca es otro mundo. Allí las precipitaciones suelen
tener forma de nieve, aunque son más escasas de lo que pudiésemos
imaginar. A ese rincón de sudamérica no llegan los vientos húmedos
cargados de agua pues la cadena de colosos de piedra que cercan la puna lo
impiden. Solo en contadas ocasiones llega a llover con intensidad. La sequía
forma parte del paisaje hasta tal punto que el lago va perdiendo volumen cada
año con la evaporación.
Estos
contrastes tan marcados tienen su causa más evidente (pero no la única)
en la compleja línea montañosa que a modo de espina dorsal recorre
el continente de norte a sur. En territorio peruano, los Andes se abren en
canal y desde el ecuador, más o menos, se convierten en tres cordilleras
casi paralelas a la costa ordenadas de este a oeste. La oriental, cerca de
la cuenca amazónica y la más poblada de vegetación, al
tiempo que la menos elevada. La central, corta y separada de las grandes alturas
de los Andes por la cuenca del Marañón,. Y la occidental, una
verdadera fortaleza que se prolonga hasta el sur del continente. En ésta
pueden distinguirse varias partes a su vez, destacando la Cordillera Blanca,
lugar donde se concentran los mayores picos de los Andes peruanos, los nevados
Huascaran, Alpamayo y Huandoy entre otros. Un paisaje de glaciares, lagunas
y grandes crestas nevadas crean el perfíl habitual de la Cordillera
Blanca. Y un poco más hacia el Pacífico, como último
bastión andino, se encuentran los montes conocidos como Cordillera
Negra, de grandes dimensiones también, pero desprovistos de nieve.
Si uno asciende
hasta un collado cualquiera de la Cordillera Blanca lo bastante elevado podrá
ver mirando hacia el este, sin necesidad de demasiada fortuna, cómo
por encima de varias filas de montañas se acercan masas de nubes procedentes
de las tierras húmedas de la cuenca amazónica. Las nubes, cargadas
desde el Atlántico, llegan hasta los Andes impulsadas por los alisios,
que soplan desde el este. En su camino no han encontrado ningún obstáculo;
incluso han podido alimentarse con humedad extra gracias a la intensa evaporación
de selva. En muchos montes a norte y sur resplandece la nieve.
Si
el observador gira hacia el oeste verá, por el contrario, una montañas
peladas, áridas, sin atisbo de nieve y de aspecto un tanto desolador.
Estará contemplando, posiblemente sin saberlo, uno de los fenómenos
climáticos más curiosos y el origen de buena parte de las peculiaridades
climátológicas peruanas, la aridez provocada por el llamado
"efecto Foehn". Explicado sencillamente, este efecto provoca que
un viento cargado de nubes, al encontrarse con una barrera montañosa,
se eleve arrastrando con él las nubes, las cuales se condensan y precipitan
sobre la montaña. La precipitación es en forma de nieve o lluvia
según la altitud. El viento que consigue superar la barrera montañosa,
ya libre de humedad, se calienta y desciende bruscamente por la ladera opuesta,
aumentando su temperatura y absorviendo humedad según desciende, provocando
un gran contraste entre la ladera de barlovento (de donde sopla el aire) y
la de sotavento, que es la que se queda sin lluvia.
Veamos un ejemplo
en "vivo" obtenido de Youtube: el efecto Foehn en las montañas
de Babia y Somiedo, algo mucho más modesto que lo que sucede en los
Andes.
Este
proceso es bastante más complejo de lo descrito aquí, sobre
todo en los casos en que las masas de aire húmedo sobrepasan en parte
la barrera montañosa, produciéndose corrientes de aire que descargan
su lluvia en los valles. Traspasado a la situación de los Andes, el
muro casi infranqueable que suponen los picos de más de 5.000 m de
la Cordillera Blanca provoca la precipitación orográfica de
las masas de nubes procedente de la cuenca amazónica. No todas descargan
allí, aunque sí la mayoría. En los valles profundos del
occidente las lluvias no son muy abundantes, pero la escorrentía de
las cumbres proporciona suficiente caudal a los ríos. Sin embargo,
un poco más al oeste, la siguiente cordillera recibe ya el viento sin
humedad, seco, incluso captador de la humedad ambiental. Eso provoca una aridez
significativa, en contraste con las montañas situadas más al
este. De ahí su apelativo de "Cordillera Negra".
En la
siguiente dirección puede verse un documental sobre este efecto en
los Alpes con imágenes muy similares a lo que sucede en los Andes.
Más
a occidente, en la costa, el Pacífico marca el clima con mano de hierro.
Allí las nubes con lluvia no llegan, como ya hemos visto, y por tanto
el clima es seco. Pero la aridez es suavizada en muchos meses a causa de las
nieblas provocadas por la corriente de Humboldt. Está se desplaza desde
las profundidades del Pacífico sur y corre paralela a la costa casi
hasta el ecuador, donde se encuentra con una corriente cálida que se
mueve hacia el sur. Las aguas frías están cargadas de nutrientes,
lo que proporciona a las costas peruanas la capacidad de
mantener una gran biodiversidad marina. El ejemplo más llamativo es
el de la bahía de Paracas, lugar de encuentro de numerosas especies
depredadoras que se concentran allí por la abundancia de alimento.
La temperatura
del mar enfría las capas más bajas de la atmósfera, que
se mantiene siempre a un nivel impropio de una zona subtropical, y su condensación
es la que genera las nieblas habituales en zonas como Lima sobre todo en la
estación invernal, de mayo a noviembre.
En la
parte norte de la costa peruana otra corriente, en este caso cálida,
cambia la configuración del paisaje, permitiendo la vida de vegetación
tropical. Esta corriente, llamada contracorriente del Perú, tiene dirección
sur y frena la influencia de la corriente de Humboldt muy cerca del ecuador.
En ocasiones la corriente cálida aumenta de intensidad y penetra hacia
el sur anulando las aguas frías y provocando un drástico cambio
en el clima peruano. Es el fenómeno conocido como "El Niño",
que modifica el régimen de lluvias en el sur del continente, con graves
inundaciones en la costa y en los valles andinos. A veces, a un período
de "El Niño" sucede otro de temperaturas más frías
de lo habitual en el mar y de sequía prolongada, lo que se ha llamado
"La Niña" por contraposición a la época de
lluvias torrenciales. La alternancia de estos fenómenos no guarda una
periodicidad concreta ni se conocen las causas reales que los provocan.
Como
hemos dicho la costa es seca, desértica en su mayoría, pero
sin embargo se conservan retazos de vegetación que reverdece cada año
entre julio y noviembre. Pese a las duras condiciones del desierto costero,
azotado por vientos cargados de polvo y con ausencia casi completa de lluvias
a lo largo de todo el año, en algunas zonas las plantas encuentran
suficientes recursos para sobrevivir e incluso para crear un ecosistema rico
en especies animales y vegetales. La clave es la niebla costera que se produce
por la unión del anticiclón del Pacífico, que sopla hacia
el este, y la corriente de Humboldt que enfría el aire del anticiclón
junto a la costa y lo carga de humedad. La niebla circula sobre las tierras
costeras, y al encontrarse con los cerros ondulados provistos de vegetación
se condensa en el ramaje y genera un goteo de agua suficiente para crear pequeños
oasis. Un ejemplo digno de destacar es el de los cerros de Atiquipa,
al sur de Nazca, en torno a los cuales se han establecido desde tiempos remotos
algunas comunidades humanas que han asegurado su supervivencia gracias a la
obtención de agua de las nieblas costeras.