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KUELAP, ENTRE LA BRUMA Y LA SELVA


En el año del señor de 1572 un correo de Don Francisco de Toledo, virrey del Perú, se presentó una tarde ante el corregidor de Chachapoyas, pequeña ciudad próxima a la selva, al norte de los territorios del virreinato. El mensaje era claro: todas las aldeas o “llactas” de los indios chachas tenían que ser destruidas, y sus habitantes trasladados a los nuevos asentamientos construidos al efecto, las reducciones.

En pocos días las tropas del corregidor llegarían a las puertas de Kuélap (y de otras “llactas”) para hacer cumplir la orden. La población chacha, ya sometida por completo desde que el capitán Alonso de Alvarado, en 1537, incluyese en su encomienda casi todo el territorio, no opuso resistencia. Una vez recogidos sus enseres básicos acompañarían con su prole a los soldados hasta el asentamiento que les correspondiese. En las semanas siguientes las gentes del corregidor se esforzaron en destruir las casas de aquella extraña fortaleza, para evitar que los indios regresasen a ellas.

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Cuando en los tiempos actuales el visitante llega a Kuélap la primera impresión es de sorpresa, al encontrarse, entre jirones de la neblina matinal, una muralla de 600 m de largo casi intacta coronada por un verdadero bosque tropical. Construida con sillares de granito bien escuadrados, su color claro contrasta con el verde intenso de la vegetación que la rodea y asoma por sus intersticios. Resulta llamativo comprobar que carece de esquinas en todo su perímetro; las aristas han sido redondeadas incluso en los extremos de la muralla. El conjunto a primera vista semeja un inmenso castro fortificado, o incluso hasta un castillo al que solo faltasen las almenas. Sin embargo, al localizar la entrada principal se constata que estamos ante algo bien distinto. Lo que parece más bien una grieta en la muralla fue, en su tiempo, una puerta monumental abovedada, de 15 m de alto, con interesantes grabados zoomorfos en algunos sillares inferiores. Tras superar el desnivel del umbral, se accede a un corredor de unos 50 m. de largo, amurallado también, que va estrechándose según se adentra en la ciudad, hasta convertirse en un paso angosto antes de desembocar en una plaza. Dos torreones a ambos lados del corredor completaban un sistema ingenioso para controlar escrupulosamente a quien quisiese entrarEntrada principal. Caminando por el corredor puede apreciarse que la muralla no tenía solo función defensiva, sino también constructiva, pues sirve de soporte a la primera terraza artificial, donde se emplazó la ciudad.

Una vez en el interior es fácil comprender que las tropas españolas cumplieron eficazmente su tarea: de las casas sólo quedan los cimientos y alguna que otra estructura. El tiempo y la selva se ocuparon de completar la destrucción. Por todos lados la vegetación envuelve las ruinas dotando al lugar de un halo a ratos misterioso, a ratos triste. Pese a su elevada altitud (3.000 m.) el clima cálido de esa zona de “ceja de selva”, como la llaman los peruanos, y las lluvias frecuentes permiten que árboles y arbustos crezcan de manera exuberante. Las bromelias de colores vivos parasitan en los troncos más altos y confieren gran atractivo al paisaje. Sin embargo, ni las adversidades ni el tiempo han podido con los distintos lienzos de muralla que soportan, y protegen a un tiempo, los distintos recintos del interior de la fortaleza.

La ciudad

Las primeras noticias de Kuélap en los tiempos modernos proceden de don Juan Crisóstomo Nieto, juez de la ciudad de Chachapoyas, capital del departamento de Amazonas, quien en 1843 encontró la fortaleza por casualidad. En los años 60 y 80 del siglo XX se llevaron a cabo excavaciones que documentaron 420 estructuras y trabajos de consolidación y reconstrucción que eliminaron parte de la floresta.

El recinto amurallado tiene forma alargada, en dirección norte-sur, y estrecha (580 m x 110 m en su punto más ancho), y cuenta con dos entradas orientadas al este, lado donde la muralla es más elevada que en el resto. Al norte, en su punto más angosto, está cerrado por un torreón que se eleva sobre el abismo; en el sur se conservan los restos de una atalaya encima de un saliente rocoso, y por el oeste corre un lienzo de muralla de forma irregular rematando la parte más escarpada del promontorio donde se asienta la ciudad.

De las dos entradas la principal, ya descrita, se encuentra un poco al sur; la secundaria, más cerca del extremo norte, es muy similar, con corredor y sus torreones de vigilancia en el interior, y ambas dan acceso al primer nivel de la ciudad, el “Pueblo Bajo”, donde está la mayoría de las viviendas. Hay una tercera abertura en la muralla, esta vez en el lado oeste, casi enfrente de la entrada principal, que parece una pequeña poterna y da al escarpe oriental del cerro.

Entre las casas predominan las de planta circular, con muretes bajos de piedra asentados sobre suelos también de piedra, donde a menudo se distinguen canales de drenaje. Al exterior de los muros destacan unos frisos decorativos de formas geométricas que recorren el perímetro de los edificios. Un alero de finas lajas de piedra cubre los muros seguramente para protegerlos de la lluvia. Sobre el alero se levanta, con frecuencia, una nueva pared pequeña en la que se anclaba una estructura cónica de madera, soporte de la techumbre hecha con ramas y paja. En los últimos trabajos de consolidación se reconstruyó toda la techumbre de una vivienda circular, para facilitar al visitante la comprensión de su aspecto original.

En muchos casos la conservación de los frisos geométricos es excelente, y constituyen la principal muestra arquitectónica del pueblo chacha, documentada también en yacimientos cercanos como Macro, Levanto y La Congona. Los hay en zigzag simple, o con formas romboidales sencillas o dobles, a veces con columnillas de separación, y rombos alargados dobles.

En la parte sur del “Pueblo Bajo”, junto a lo que pudo ser una plazuela rodeada de viviendas, se encuentra una construcción peculiar, con una geometría extraña. Se trata de un edificio con forma de cono truncado, pero colocado boca abajo, esto es, con la parte más estrecha como base. Es el llamado Sancayhuasi, o “casa del pavor” por su hipotética función como cárcel. El acceso, en la cúspide, es una pequeña abertura cilíndrica, como el cuello de una botella, que da paso a una cámara circular en el interior. Justo por esta forma los lugareños le llaman el “Tintero”. Entre las posibles funciones que los arqueólogos han intentado atribuir al edificio, la más probable es la de cárcel por su similitud con las prisiones semisubterráneas del Cuzco, de las que se tiene noticia por el Inca Garcilaso. Su aspecto actual es el de una estructura poco firme, quizá debido a su forma peculiar, por lo que está apuntalado para evitar la ruina.

Callejeando por entre restos de casas hacia el norte pronto se divisa un lienzo de muralla imponente, en buen estado de conservación, y con una curiosa forma curvada. Tan bien construida como la muralla exterior, es al tiempo elemento de protección y soporte de unaPueblo Alto segunda terraza, donde se asentó el llamado “Pueblo Alto”, una suerte de acrópolis en el lugar más elevado de la fortaleza. Tiene 11’5 m de altura y sus formas sinuosas se ajustan con detalle a una pequeña loma rocosa sobre la que se encarama. Del mismo modo que en la muralla exterior, los pequeños sillares carecen de argamasa y se han ensamblado con maestría, completando los leves desajustes con hileras de piedras más reducidas. En su cima, en una plataforma semiartificial, se levantaban diversas construcciones. Para llegar allí pueden apreciarse dos pequeños corredores escalonados entre el conjunto de ruinas. Uno de ellos está acodado hacia la mitad, lo que refuerza el aspecto defensivo de este segundo recinto. Algún investigador se basa en este hecho para afirmar que el “Pueblo Alto” sería la verdadera fortaleza de Kuélap, la zona de carácter militar y donde viviesen los gobernantes, y el “Pueblo Bajo” la zona de habitación de la gente civil .

En esta especie de acrópolis destacan, entre los habituales edificios de planta circular y ovoide, unos que tienen forma rectangular. Al más relevante, situado hacia el centro del recinto, los investigadores peruanos le han puesto el nombre de “Castillo de la Rueda”, por haber encontrado allí una piedra redonda con un eje central y estar formado por un grupo de plataformas escalonadas de grandes dimensiones. Todo ello lo corona un edificio cuadrangular en cuyo interior se han encontrado lajas de tumbas y restos óseos humanos, motivo por el que se le denomina el “Mausoleo”. Las interpretaciones sobre esta construcción van desde atribuirle autoría inca sólo por su forma rectangular, sin que se hayan encontrado cerámicas u otros útiles del periodo del Tahuantinsuyu en su interior, hasta hablar de una especie de centro quirúrgico regional, donde se hiciesen complicadas trepanaciones, hipótesis fruto del hallazgo de varios cráneos con señales de esa operación . Quizá todo ello es demasiado aventurado, sobre todo teniendo en cuenta que no se ha determinado si los cráneos hallados son contemporáneos de la época de habitación de la fortaleza o proceden de una utilización posterior del espacio como simple lugar de enterramiento.

Siguiendo un poco al norte se llega al extremo septentrional de la fortaleza, donde se hierguen los restos del torreónMuralla oeste ya mencionado. Hacia el este, junto a la muralla, surge una pequeña rampa, restos de una escalera bastante deteriorada ya, que da acceso a la cima de la torre. Esta tiene 7m. de alto y 4 de ancho. El hallazgo de 2.500 proyectiles de honda, fragmentos de hachas, cerámicas domésticas y restos óseos de cérvidos y cuis muestra, sin lugar a dudas, la función militar del espolón.

De regreso hacia la salida pueden verse numerosas viviendas circulares, sobre todo alrededor del corredor de la entrada secundaria, una especie de barrio con viviendas espaciosas al pie de la muralla del Pueblo Alto.

Los trabajos de excavación y restauración, escasos en los últimos años, no han impedido que la selva vuelva a colonizar plazuelas, corredores, calles, muros y estructuras, dotando al lugar de un aspecto de abandono que recuerda las descripciones de ciudades grecorromanas del Mediterráneo hechas por los viajeros del Romanticismo. La bruma matinal, entrelazada en los árboles del bosque húmedo, va dejando paso a los rayos de sol que hacen brillar las coloridas bromelias. Bajo ellas, el granito de los sillares de la muralla parece proteger el recuerdo de las gentes que coronaron con ellos, de forma majestuosa, un altísimo cerro en medio de la selva hace ya casi 900 años.

Los chachas

Del pueblo que levantó estas formidables construcciones sabemos muy poco. Los restos chachas más antiguos conocidos son contemporáneos del pueblo moche (100-700 d.C.), aunque en Kuélap las primeras dataciones se retrasan al menos hasta el 800, cuando se encuentran influencias de la cultura Wari-Tiahuanaco (700 – 1100). Su marco geográfico se sitúa en el actual departamento de Amazonas, al norte de Perú, en torno a los ríos Marañón y Utcubamba.

Después del 800 la etnia chacha sería muy posiblemente una más de las absorbidas por la expansión Wari hacia el norte, y sus tierras debieron pasar a formar parte de este imperio procedente de las Sierras Centrales. Con el declive del dominio Wari en el siglo XII, los chachapoyas constituirían una de las llamadas culturas regionales, que vivieron un tiempo de esplendor independiente antes de la conquista inca en el siglo XV. Y precisamente de ese momento, el de la creación del Tahuantinsuyu, se conservan las únicas referencias escritas conocidas sobre los chachas.

El Inca Garcilaso de la Vega, en sus “Comentarios Reales...” dedica el capítulo 2 del libro VIII a narrar la conquista del pueblo Chachapuya por Tupac Yupanqui, señor del Cusco. Cuenta Garcilaso como hecho relevante que los chachas opusieron una gran resistencia, sobre todo porque, conociendo de antemano el avance del imperio inca hacia el norte, “...se habían apercibido algunos años atrás para defenderse y habían hecho muchas fortalezas en sitios fuertes, como hoy se muestran, que todavía viven las reliquias...”. Es muy posible que Garcilaso, quien vivió en el siglo XVI, tuviese noticia de lugares como Kuélap, o Pajatén y Olán, otras dos “llactas” fortificadas que se han hallado en la zona, pero por desgracia no menciona ningún nombre de las “reliquias” que perviven en su época. Sí menciona, sin embargo, algunos lugares donde los incas encontraron más resistencia, como Pías, Chirmac Casa, Cuntúr Marca y Casamarquilla, identificados con topónimos y poblaciones actuales en la región de Chachapoyas, pero en ninguno se han hallado huellas de haber estado fortificados.

Sea como fuere, el rasgo distintivo de los chachas en la crónica inca es la existencia de numerosas plazas fuertes que jalonan un territorio amplio. Si, como parece, Kuélap fue una de ellas, debemos pensar en una fecha de construcción en torno a los siglos XII ó XIII, coincidiendo con el momento de máximo apogeo de las Culturas Regionales. La calidad arquitectónica y la envergadura de la fortaleza obligan a pensar que la sociedad chacha disfrutaba de un periodo de esplendor cuando construyó Kuélap.

El sometimiento a los incas, no obstante no fue definitivo. Mientras el sucesor de Tupac Yupanqui, Huaina Cápac, se encontraba ocupado en la conquista de Chile, los chachapoyas se sublevaron, matando a los gobernadores que los incas habían puesto en su territorio, y esclavizando a los soldados. Huaina Cápac acudió con un gran ejército para restaurar el orden, aunque parece que no hubo de emplear la fuerza, pues como cuenta Garcilaso la intercesión de una concubina de su padre, que era de origen chacha, calmó la cólera del Inca a cambio de la sumisión de los indios.

A causa de la breve duración del imperio inca, de 1438 a 1533, la dominación sobre los Chachas también fue corta en el tiempo, pero eso no parece haber sido obstáculo para un contacto intenso, tal como se desprende de los numerosos hallazgos de objetos de tradición inca en Kuélap. En 1969 Arturo Ruiz Estrada, en una campaña de limpieza y prospección, encontró morteros, aríbalos y otros tipos de cerámicas características del imperio inca. Puede pensarse en el establecimiento de gentes cuzqueñas en la fortaleza, o incluso de una guarnición para controlar el territorio.

Con posterioridad los chachas sufrieron una fuerte represión de Atahualpa por haber ayudado a su hermano Huascar en la guerra por el trono que mantuvieron ambos. No es descartable que estos hechos les hubiesen animado a ponerse del lado de los españoles contra Atahualpa, sobre todo en el momento de la toma de Cajamarca, localidad muy cercana al territorio chacha.

Una vez derrotado y muerto Atahualpa en 1532, los españoles procedieron a repartir el territorio del Tahuantinsuyu en forma de encomiendas, correspondiéndole la de Chachapoyas a Alonso de Alvarado, como se ha dicho más arriba. A partir de entonces no se vuelve a tener noticias de los chachas salvo las relacionadas por el Inca Garcilaso en su crónica, y tanto Kuélap como los otros enclaves se perdieron en la bruma de la historia. Queda como hipótesis la posibilidad de que Kuélap fuese el lugar elegido por la resistencia inca dirigida por Manco Inca como último refugio ante las represalias de los españoles, pero nunca llego allí, pues fue vencido por los huancas, aliados de los conquistadores, en el valle de Jauja.

Los sarcófagos antropomorfos

La cultura chacha es muy poco conocida, pues aunque las investigaciones van avanzando, el territorio donde se encuentran sus restos es muy amplio y complejo, con una geografía abrupta y una vegetación abundante que dificulta los trabajos de excavación y prospección. No obstante parte de su cultura funeraria está siendo estudiada gracias a unos curiosos hallazgos, los sarcófagos antropomorfos.

Apartados en mitad de altos escarpes, escondidos en grietas inaccesibles de paredes rocosas como si fuesen nidos de águila, se encuentran varios conjuntos de sarcófagos de formas semi humanas. La mayoría de ellos consisten en un cuerpo cónico sin rasgos humanos, rematado por una cabeza de nariz prominente, ojos hundidos, barba luenga y afilada y una gran frente. Se conocen hasta el momento 15 grupos, entre los que destacan los de Pueblo de los Muertos o Tingorbamba, Cueva de los Sarcófagos en Lámud, Huanche, Coechán y Carajía, estos dos últimos muy cerca de la ciudad de Chachapoyas. Los tamaños son variados (desde 50 cm hasta 2 m.) y tanto la calidad de la representación antropomorfa como la decoración son muy diferentes de un conjunto funerario a otro. Los menos elaborados muestran cabezas de rasgos simples, a veces casi grotescas, y los cuerpos más bien parecen meros bultos más o menos redondeados. Por el contrario los más elaborados, como los de Carajía y Huanse, tienen cuerpos esbeltos con decoración de bandas y líneas de color rojo o marrón. Parece que los creadores de los sarcófagos hubiesen querido representar una especie de manto recubriendo el cuerpo de la figura. Las cabezas tienen los rasgos muy marcados y frentes altas.

En Carajía fueron colocados formado una fila en el interior de una pequeña repisa, dirigiendo sus caras hacia el abismo, como mostrándose a los parientes vivos, pero en un lugar inaccesible, al que los arqueólogos sólo han podido llegar descolgándose con cuerdas desde lo alto del acantilado. La inaccesibilidad es una característica común a todos los grupos de sarcófagos, aunque mientras unos están en lugares visibles (de hecho los de Carajía se aprecian desde la distancia gracias a su tamaño), otros han sido escondidos en el interior de cavidades. Dado su peso estimado (casi 200 Kg en el caso de los más grandes), debieron ser construidos in situ, unos con cerámica de buena factura secada al sol, otros con barro y paja.

Los investigadores han encontrado en el interior de los sarcófagos restos óseos humanos, pero desprovistos de ajuares ostentosos, incluso en aquellos que no han sido abiertos por los saqueadores. Se encuentran piezas de cerámica tipo Cajamarca Tardío, Chimú, Chachapoya e Inca.

 

 

 

 

 

Jesús Sánchez Jaén
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Artículo publicado en Revista de Arqueología del siglo XXI, nº 308, diciembre de 2006

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