SIRIA EN EL SIGLO VII
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LA LLEGADA DEL ISLAM

 

Cuando el año 527 Justiniano llega al poder en Constantinopla comienza un periodo de recuperación del Imperio. Las tropas imperiales, con Belisario y Narses al mando, reconquistarán a lo largo de extenuantes campañas las provincias del norte de África, Sicilia, la península Itálica, el Adriático y una pequeña parte de la península Ibérica.

En la frontera oriental, en cambio, tras conseguir la paz con los persas, Justiniano se dedicó a fortalecer el viejo limes arabicus, la línea de fortificaciones que aseguraban el control del territorio en las puertas del desierto. De este modo una línea imaginaria unía los límites de los dominios imperiales desde el Eufrates hasta el golfo de Aqaba. Que nadie piense, sin embargo, en un limes al estilo del establecido entre el Rhin y el Danubio en el Alto Imperio, con fortalezas y muros casi de continuo a lo largo de toda la línea. Esta frontera oriental era más bien difusa, con grandes espacios abiertos en pleno desierto donde encontrar la presencia de tropas imperiales sería fruto de la suerte. El borde Este del Imperio sería más bien un concepto basado en el terrible desierto oriental, que hacía de barrera entre los territorios habitados y el Eufrates, y en el río mismo, límite geográfico de los territorios dominados por los persas. Algo similar ocurría hacia el sureste, donde el desierto arábigo, interminable, limitaba la expansión del Imperio y, al tiempo, la de sus enemigos.

Por tanto, las plazas fuertes se fueron colocando preferentemente en los bordes del desierto, o en algunos casos en los oasis que permitían mantener una guarnición con capacidad disuasoria. Además de la gran ciudad de Palmira, que funcionó siempre como un enclave tapón frente a los persas, pese, o quizá gracias a, su cierto grado de autonomía, la iniciativa de Justiniano aprovechó asentamientos y ciudades existentes y se incluyeron algunos de nueva creación.

De norte a sur, los principales puestos avanzados conocidos son:

Halabiye y Zalapiye, enclaves fortificados en las orillas derecha e izquierda del Eufrates respectivamente, para controlar el paso del río en un punto donde existía un vado desde tiempos inmemoriales.

Circesium. Justiniano aprovecho este puesto avanzado de las defensas romanas sobre el Eufrates para crear una fortaleza en la orilla izquierda. Pese a estar en territorio de influencia persa, pervivió bajo dominio Bizantino hasta la conquista árabe en 637-38.

Sergiopolis (Rasafa), ciudad lo bastante cerca del gran río como para mantener vigilados sus pasos, pero lo suficientemente lejos como para estar a resguardo de posibles ataques persas esporádicos. Fue fortificada por Justiniano, pero ya formaba parte del limes desde el reinado de Diocleciano (284-305).

Meskene, localidad de origen seleucida fortificada por los romanos. En el siglo IV albergó una legión y luego fue refortificada por Justiniano. Queda un tanto alejada del limes, pero su propósito era controlar la línea del Eufrates.

Anderin, probable asentamiento de caracter religioso, que en el reinado de Justiniano albergó unos cuarteles del ejército y un pequeño fortín.

Qasr Ibn Wardan, una pequeña plaza fuerte de nueva creación (564), muy próxima a la anterior, dotada de cierto lujo cortesano, con un palacio y una iglesia que sigue modelos de Constantinopla. Su capacidad para hacer frente a grandes ejércitos debía ser escasa, por lo que parece haber estado dedicada a controlar a las tribus árabes nómadas.

Palmira ya albergaba tropas romanas desde tiempos de Diocleciano, una legión, y estaba fuertemente amurallada. Justiniano ordenó la reconstrucción de la muralla pues en su reinado la ciudad había mermado mucho y había empezado a despoblarse.

Bosra. La capital de la provincia de Arabia albergaba una fuerte guarnición.

Umm el Yumal es una pequeña población bizantina en la llanura basáltica, al sur del Jebel Arab, fortificada para hacer frente a las incursiones de las tribus árabes.

Qasr al Azraq, otro castellum avanzado en el desierto, junto al estratégico oasis de Azraq. Estuvo operativo mucho tiempo.

Umm el Rassas, enclave bizantino con gran número de habitantes, según se desprende de sus abundantes iglesias, fortificado como un castellum y situado en la divisoria entre la meseta desertica y los pequeños valles que descienden hacia Palestina.

Petra, en el sur, era la plaza fuerte más importante hasta Aqaba. Los descubrimientos de los años 90 correspondientes a época bizantina refuerzan la idea de su participación en la defensa del Imperio de Oriente.

La mayoría de estos enclaves están en territorio sirio, salvo los cuatro últimos que pertenecen a la actual Jordania, como puede verse en el mapa.

Los ghassanidas

Pese a lo que pudiera parecer, la defensa de la frontera este, e incluso la de muchas ciudades orientales, no correspondió solo a las tropas bizantinas. A partir de finales del siglo VI gran parte de la fuerza armada se dejó en manos de algunas familias árabes locales cristianizadas, en concreto de la tribu ghassanida. Los personajes nobles de esta tribu fueron dominando poco a poco la mayor parte del territorio, ante la retirada de tropas imperiales hacia lugares donde era más urgente su presencia. Su importancia creció hasta tal punto que constituyeron un incipiente principado y, con sus ejércitos privados, se erigieron en una especie de señores feudales, que defendían un terreno de su influencia sobre todo frente a las incursiones de otras tríbus árabes nómadas llegadas del desierto. Era algo así como una autodefensa de la aristocracia local. Por supuesto todo ello en nombre del emperador, al menos de manera oficial, pues él les otorgaba tierras y prevendas a cambio de su participación en la defensa. El ejército imperial solo mantenía alguna guarnición en las ciudades más importantes.

Cuando en 632 comienza la expansión musulmana fuera de la península arábica la fidelidad ghassanida hacia Bizancio había dejado de ser firme, y poco firme fue su oposición a los nuevos invasores. Los musulmanes encontraron pocos obstáculos para hacerse con toda Siria en muy poco tiempo. Hubo varias causas que lo facilitaron. La primera de ellas fue la grave crisis en que estaba sumida la población, afectada por varias epidemias y por hambrunas durante años, hechos a los que no había podido poner remedio la administración imperial. La segunda las consecuencias de una invasión persa varios años antes, que había puesto en cuestión el poder del Imperio. La tercera, que los propios bizantinos en principio no vieron en los musulmanes más que a los fanáticos seguidores de otra herejía más del cristianismo, de las muchas que circulaban por Oriente en aquellos tiempos; al fín y al cabo algunas de las prédicas eran parecidas a las del cristianos. Y la última que, como se ha dicho, la defensa más inmediata del territorio se había dejado en manos de tribus indígenas, las cuales, pese a profesar la fé cristiana, compartían con los invasores muchas más cosas, como las lenguas tribales, muy parecidas, las costumbres e incluso puede que algún parentesco, que con el remoto poder de Bizancio. La presión recaudadora y el descontento de la población con un gobierno teocrático muy rígido hicieron el resto.

En definitiva, las tropas del califa Omar conquistaron con facilidad Damasco después de derrotar a un endeble ejercito bizantino en Yarmuk en 636, dos años más tarde conquistarían Jerusalem. De esta forma se les abría la puerta para dominar toda Siria.

Los ghassanidas habían ocupado bastantes puestos fortificados de los establecidos por Justiniano, bien por falta de tropas o como parte de las donaciones imperiales, y puede decirse que, como aristocracia local, su modo de vida debió estar influenciado por las modas y las costumbres llegadas desde la corte. No es descabellado pensar que se debe a estas familias, y a otras que asumieron el poder de los nuevos señores árabes con rapidez, la pervivencia de formas bizantinas arquitectónicas y sobre todo decorativas durante los primeros siglos de dominio islámico, cuyo ejemplo principal son los mosaicos de la mezquita omeya de Damasco.

 

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Jesús Sánchez Jaén
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