CUADERNO DE VIAJE
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Los Balcanes, un diario de viaje (y 2)

 

 Texto y fotos:  María Jesús Leza 

CUARTO DIA : KÓRCULA
Esta vez, no es necesario madrugar tanto, menos mal. El autobús rueda a lo largo de la increíble costa dálmata hasta la península de Peljesac, desde donde tomamos una barca a la isla de Kórcula, que se encuentra casi pegando a esa población, por lo que el viaje no dura más allá de cinco minutos.
Kórcula, bajo mi punto de vista, es la isla más interesante de cuantas hemos visitado hasta el momento. Llamada también isla de Marco Polo, aunque se ha demostrado que no nació allí, sin embargo se sabe que residió en el siglo XV una familia Polo y que perteneció durante muchos siglos a la República de Venecia.

Kórcula fue construida sobre una pequeña península para, desde sus murallas, controlar el paso de los navíos por el estrecho canal que la separa del continente. La muralla, de piedra gris, contrasta a la perfección con los tejados rojizos y compactos. Las murallas y torres son símbolos de la ciudad medieval y se conservan casi completas. Detalle a remarcar es la cantidad de ciudades fortaleza que existen en Croacia que denota un pasado belicoso y conflictivo con los países circundantes.

El grupo de viajeros, de nuevo acompañados por Alberto, nuestro guía, accedemos a la ciudad por la Puerta de Tierra, adornada por un arco triunfal dedicado a Leonardo Foscolo que se enfrentó a los turcos. La plaza de Braque Radic, con el soportal del antiguo palacio, el palacio renacentista de los Gabriellis y, sobre todo, el Palacio Arneri, te recuerda a los venecianos con su estilo elegante y refinado. Frente a éste se encuentra la catedral de San Marcos, edificada sobre otro templo románico del siglo XV, con bellos elementos góticos renacentistas y una cuidadosa ornamentación tallada en la piedra local utilizada para su construcción, su portada presenta al evangelista San Marcos en el tímpano flanqueado por dos leones venecianos, obra de Bonino da Milano.
Terminamos la visita en el museo del Tesoro en el Palacio Episcopal del siglo XIV. Conserva una colección de pinturas renacentistas dálmatas, más bien mediocres y algo toscas en mi opinión, orfebrería sacra y mobiliario antiguo de escaso interés.
Esta vez el almuerzo es en un hotel con solera junto al embarcadero, donde degustamos un excelente risotto de marisco. Antes de embarcar de nuevo hacia la península de Peljesac, madame Capitain nos concede tiempo libre, para hacer alguna compra.
Mientras Ricardo y Enrique toman café en la terraza del hotel disfrutando de la brisa marina, Blanca y yo nos adentramos por las estrechas calles de Kórcula con sus casas de piedra que albergan comercios de artesanía local y, sobre todo joyerías, en donde se exhiben piezas de coral, rojo y blanco engarzadas en plata y oro. En ese callejeo, nos cruzamos con algunos compañeros franceses cargados con bolsas y cajas de vino blanco de Kórcula, considerado como uno de los mejores del país. Nosotras no compramos gran cosa, hemos decidido dejar las compras para el último día en Dubrovnik.

QUINTO DÍA: MOSTAR
Desde la ventanilla del bus, contemplo a lo lejos las verdes montañas que sirven de frontera natural de Croacia con Bosnia Herzegovina. Una vez en la frontera no nos exigen el pasaporte, Bosnia Herzegovina pertenece a la Comunidad Europea. A medida que nos adentramos en el interior, el verdor y la vegetación disminuyen y el paisaje se hace más árido y seco. Atravesamos pequeñas poblaciones, en una de ellas hacemos una parada para tomar café y entre el destartalado caserío sobresale un minarete, un claro signo de que nos encontramos en un país de mayoría musulmana. A las diez de la mañana el sol cae a saco sobre sus calles de adoquines de piedra y en nuestro recorrido por su única calle, unas campesinas nos ofrecen frutas y manteles bordados.

A eso de las once de la mañana llegamos a Mostar. Al bajar del vehículo percibimos de inmediato un calor sofocante; el guía ya nos había advertido llevar calzado cómodo y un sombrero para protegernos del sol. Junto al aparcamiento se encuentra la iglesia católica de San Francisco de estilo moderno. Es allí en la explanada de esa iglesia, donde nos encontramos con el guía local, un joven bosnio guapo, simpático, que se expresa en un francés excelente. El guía, cuyo nombre no recuerdo, después de una sucinta historia de la ciudad, nos explica, señalando una colina frente a la iglesia, que desde ella los francotiradores serbios disparaban a la población civil durante la guerra, mostrándonos a continuación los boquetes y orificios de las balas en la fachada de un edificio próximo.

Siempre siguiendo al guía y por una larga y ancha calle llamada de Los Españoles, pues parece ser que muchas de ellas están dedicadas a los cascos azules, llegamos a la Ciudad Vieja, barrio de mayoría musulmana de origen turco. La Ciudad Vieja hace honor a su nombre; edificios pequeños apiñados, calles estrechas y tortuosas, pavimentadas con guijarros en punta, incomodísima para caminar, repleta de gente, bazares y cafetines. Nos sale al paso el famoso puente de Mostar, destruido durante la guerra de los Balcanes y ahora totalmente reconstruido. Cientos de turistas se hacinan frente a él, intentando sacar una foto. Cerca del puente, junto al río se alza una bella mezquita con su cúpula y minarete. Es un conjunto atractivo pero hay que hacer verdaderos malabarismos para conseguir una foto medianamente decente

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Durante el recorrido, el guía se desvía por una calle y nos muestra un edificio emblemático devastado por la aviación serbia, uno de los pocos que quedan en ese estado. La visita a la Ciudad Vieja termina en la Casa Turca. Tenemos que hacer cola, esperar que salga un número determinado de turistas para poder entrar. Recorremos las habitaciones del primer piso. La casa no es grande y perteneció a una familia turca de comerciantes. En el patio, donde descansamos un rato, me refresco los pies doloridos en una fuente y a la sombra de una palmera nos obsequian con un té aromático.
Después de almorzar, y desandando lo andado, nos paramos para comprar pulseras, pendientes y collares en los bazares de aire oriental. Según el guía, Mostar es una ciudad de economía precaria y donde la gente vive todo el año de lo que venden a los turistas en la temporada de verano. Los precios son baratos y hasta puedes adquirir cosas curiosas por tres euros, sobre todo nos llama la atención los llaveros hechos con las balas perdidas y recogidas de los francotiradores.

Ya en el autobús, Monique, compañera de viaje, reparte frambuesas, melocotones y otras frutas a todo el mundo. Algo que se agradece con ese calor y que mitiga un poco la sed. Mientras nos aproximamos a la frontera llego a la conclusión de que a los bosnios les han dejado la peor parte del territorio de la antigua Yugoslavia, siendo además patente la pobreza de Bosnia frente a la opulencia y nivel de vida de Croacia.

SEXTO DIA: DUBROVNIK
Es nuestro último día de viaje, libre para hacer lo que nos apetezca, así que nosotros mismos hacemos el programa. Por la mañana, playa. La costa de Dubrovnik es accidentada y las playas de cantos de piedra, incómodas para el baño, no obstante nos zambullimos en el mar con la idea de que no puedes abandonarla sin haberte remojado en el Adriático, pero no permanecemos mucho tiempo, pues el sol castiga de lo lindo.
Al mediodía bajamos a almorzar a Dubrovnik. Alberto nos había recomendado el restaurante Konoba Dundo, un local acogedor y comida presentada sin pretensiones, con platos típicos como el arroz negro, pasta con almejas, marisco y postres caseros. Salimos contentos y satisfechos por su calidad y precio. Como el restaurante se encuentra junto a la plaza de Luza, al pasar por el Palacio del Rector vemos anunciado un concierto sinfónico con obras de Mendelson para esa misma noche. No dudamos en sacar entradas pensando que es un bonito colofón para el final del viaje. Antes de ir al hotel a echar una siesta hacemos las consabidas compras: regalitos para los hijos, amigos y demás parientes. Para eso, para las compras, Dubrovnik, ciudad turística por excelencia, presenta un amplio abanico para todos los bolsillos. Desde las lujosas tiendas de conocidas firmas de moda, las de modernos diseños de joyas en coral, hasta los mercadillos al aire libre como el de la plaza de Gunduliceva, con productos típicos y artesanía de la región hecha a mano, como los tapetes y manteles, los saquitos de lavanda y las camisetas. Los comerciantes, en general, aparte del idioma croata, se manejan en inglés y en italiano, este último quizás por su proximidad a Italia. Los croatas son lo que se dice una raza “guapa”, altos, grandes. Sin embargo no se distinguen por su amabilidad y simpatía, resultan secos en el trato y un tanto arrogantes, en mi opinión.

Por la noche acudimos ilusionados al concierto. En las calles con los monumentos iluminados, los comercios, cafés, terrazas, y restaurantes abiertos bullen de gente y animación, sobre todo cuadrillas de jóvenes de aspecto extranjero, predominando los rubios norteños. El bello patio gótico del Palacio del Rector donde se va a celebrar el concierto se encuentra a rebosar. Observo que la mayoría de las mujeres van vestidas de largo, una costumbre que en Madrid desgraciadamente se ha perdido. Mientras los componentes de la Orquesta Sinfónica de Dubrovnik van ocupando sus puestos, leo el programa del concierto dedicado a Félix Mendelson. Después de la brillante obertura de Las Hébridas y mientras contemplo y escucho a la joven violinista Elena Tanski, pienso que en efecto es un maravilloso colofón de fin de viaje.


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