Noche en el
museo
Otra de las falsas ideas que circulan por ahí es que a los niños
no les gustan los museos y que, estando de viaje, mejor no perder el tiempo
entrando en ninguno. En nuestro viaje, que duró siete días,
entramos en seis museos, a cual más interesante y divertido. En
la capital, por ejemplo, hay uno dedicado a la cultura popular que es magnífico:
se pueden ver casas antiguas, con iglesia de madera incluida, jugar con
zancos o sentarse a disfrutar del paisaje.
Hay otro en el mismo
barrio (una pequeña península) dedicado a cierto tipo de
embarcaciones antiguas muy bien conservadas. Cuesta creer que cascarones
poco más grandes que los que allí se exponen arribaran a
las costas americanas antes que Colón …
Hay
también en la capital una Galería Nacional famosa desde que,
en 1994, entró allí un señor, descolgó un cuadro
que muestra a un tipo gritando y se lo llevó sin dar más
explicaciones, con marco y todo. El marco apareció más tarde
a poca distancia de la Galería, según nos contó un
vigilante, la tela tardó un poco más en ser recuperada. Se
armó un gran revuelo, total para un cuadro tan feo (en opinión
de mi hija, que comparto, por más que ahora sea un símbolo
de la angustia existencial de nuestro tiempo), del cual existen además
otras tres versiones: dos en un museo dedicado al pintor y otra en una
colección privada. En otra ciudad visitamos un estupendo museo de
ciencias naturales, que ya antes de entrar, y con sólo mirar por
la ventana, anticipaba el placer que iba a proporcionarnos enseguida:
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Hace poco tuve oportunidad
de ver la película Noche en el museo, y me pareció
muy entretenida. Se trata de un museo en el que, cada noche, los objetos
cobran vida propia. Aunque la idea no es nueva (Mújica-Laínez,
Un novelista en el museo del Prado, ya había imaginado algo
así con los personajes de los cuadros), resulta perfecta para conseguir
que los niños se sientan fascinados por todo aquello que puede encerrar
un museo. La recomiendo vivamente.
El
mérito para los snobs es hacer siempre descubrimientos.
Así han llegado al dadaísmo, al cubismo y a otras estupideces
semejantes.
PIO
BAROJA
Memorias
¿Dónde
demonios está el Kilimanjaro?
Felipe
Benítez Reyes se excusaba de esta manera magistral por no haber
incluido en un libro de reseñas aquellas relativas a ciertos escritores
importantes: "[…] también me hubiera gustado mucho subir
al Kilimanjaro y aquí estoy, indeciso incluso ante cuál sea
la exacta ubicación geográfica del Kilimanjaro". Me
encuentro en un caso parecido: quisiera haber hecho un relato más
objetivo y prolijo, lleno de datos precisos, de información útil,
de felices descubrimientos que resultaran después de algún
provecho para futuros viajeros En lugar de eso me he limitado a evocar
unos cuantos recuerdos, a describir lo que Gala llamaría un paisaje
interior, cuando el viaje del que hablo no carece, precisamente, de
paisajes espectaculares.
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Espero que el lector termine la lectura
de estas líneas, si no con aprobación, sí con indulgencia;
yo me conformo con que al menos les hayan gustado a mi mujer, a mis hijos
y a mi amigo Antonio Cuevas, a quien van dedicadas. Quedan más recuerdos
de los que la prudencia y el deseo de brevedad, que suele ser casi siempre
virtud, aconsejan incluir aquí. El último tiene que ver con
las puestas de sol, de las que hemos disfrutado abundantemente. La mejor
de todas fue la última, sentados en un banco del puerto, cena con
gambas y salmón salvaje, con amigos, con risas, historias y chismes
propios del viaje, contemplando el mar.
Texto
y fotos:
José Pedro Moreno Díaz