LA BIBLIOTECA DE TOMBUCTÚ
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EL PERIPLO DE UNA BIBLIOTECA

Mediado el siglo XV los musulmanes que aún residían en Toledo comenzaban a sentir la presión que la sociedad cristiana, alentada por el poder, ejercía sobre las gentes de otra confesión. Muchos de estos musulmanes eran descendientes de las numerosas familias visigodas e hispanorromanas convertidas al Islam en los primeros años del siglo VIII, poco después de la conquista. Ese era el caso de los Banu al-Quti, godos que adoptaron la fe de Mahoma quizá como una forma de seguir viviendo en la Ciudad de los Concilios bajo dominio omeya. Durante generaciones la peculiar cultura hispanomusulmana debió ir impregnando las formas de vida de la familia de tolerancia y gusto por el saber y los libros, algo nada extraño entre los habitantes de las principales ciudades de Al-Andalus.
La Toledo cristiana fue, a lo largo de muchos años, ejemplo de convivencia, pero en la Castilla turbulenta del siglo XV el tiempo de tolerancia se acababa para los al-Quti ante la intransigencia religiosa en alza. Cuentan las crónicas que el 22 de mayo de 1468 un grupo de toledanos no católicos partían al exilio; entre ellos se encontraba el cadí Ali ben Ziyad, miembro de la familia al-Quti que ejercía de juez civil entre los musulmanes de Toledo. Igual que habían hecho otros exiliados antes, y tal como harían miles después, Ali ben Ziyad se dirigió al sur del estrecho, a Berbería, tal vez a Fez o a alguna otra ciudad magrebí donde las gentes de al-Andalus se fueron asentando. Pronto entró en contacto con el imperio songhai del Sudán medieval, en África occidental subsahariana, quizá siguiendo los pasos de bastantes moriscos que, a través de las rutas de los tuaregs, se habían establecido en el país negro de Malí.

Con fuerte influencia tuareg, Malí representaba el confín sur del Islam, y hacia allí se dirigió el toledano instalándose en Gumbu. Buen aficionado a los libros, en su camino hacia centroáfrica parece haber adquirido numerosos ejemplares de textos religiosos, vidas del Profeta y el Corán, en algunos de los cuales tomó por costumbre hacer anotaciones en los márgenes. Esas anotaciones contienen comentarios suyos a lo leído, noticias de la época e impresiones de su vida junto a otros moriscos “laluyyi” o renegados, como se les llamaba entre los africanos.

Hacia fines del siglo XV su hijo Mahmud comenzó a usar el apellido Kati, por corrupción del nombre familiar al-Quti. Por entonces se había ganado la confianza del nuevo soberano de la región, Askia Mohamed, un nativo de la etnia soninké y general del ejército songhai convertido al Islam que llevó al imperio songhai a su máxima extensión, rivalizando con los sultanes marroquíes. En aquellos años de esplendor, inicio de la dinastía Askia, Mahmud Kati debió trasladarse a Tombuctú junto a otros hombres de leyes que el Askia reclutó para formar un cuerpo de juristas en la ciudad del desierto. Parece que allí se casó con una hija del Askia y empezó su actividad literaria: tratados de derecho, astronomía, historia y sobre todo el “Tarik el-Fettach”, la Crónica del Viajero, un repaso detallado de las gentes, lugares y costumbres del África subsahariana. Al tiempo continuó la costumbre paterna de adquirir numerosos libros, enriqueciendo así la biblioteca familiar. Volúmenes de medicina, geografía e historia, escritos en árabe y en hebreo, y textos sobre la vida cotidiana de los “laluyyi” se fueron acumulando en el patrimonio de los Kati.

Durante los años de esplendor del reinado de Askia Mohamed Tombuctú se convirtió en la gran ciudad de la cuenca del Níger, el destino añorado de las caravanas que atravesaban el Sahara desde el mediterráneo, y lugar obligado de visita de comerciantes y viajeros islámicos, e incluso algunos europeos. Uno de estos viajeros era el granadino Hasan, conocido como León el Africano, a quien Kati menciona en su obra.

Tombuctú ya era por entonces un lugar mítico entre tuaregs y comerciantes norteafricanos, y había sido engrandecida por sucesivos gobernantes desde tiempo atrás. Un engrandecimiento donde también habían tomadoTombuctú, Mezquita Djinguereiber (s. XIV) parte los andalusíes: la mezquita más antigua de la ciudad, conocida como Djinguereiber (la grande), fue construida en 1325 por Ishaq es-Saheli, un arquitecto granadino contratado por el emperador malinké Kankan Moussa, quizá el más famoso del imperio de Malí. El adobe y las maderas de palmera se combinan en gruesos muros para crear un edificio corpulento, de escasa altura, erizado de suaves pináculos y del color de la misma arena. Al interior los muros acogen un espacio oscuro y fresco, articulado por pequeños arcos que le confieren un cierto aspecto laberíntico. Una mínima decoración de bandas verticales y salientes de madera alegra el exterior. Su singularidad sirvió de modelo a las encantadoras mezquitas del Níger, entre las cuales la de Djenné es la más lograda. León el Africano relata también la existencia de un palacio construido por el mismo arquitecto andalusí, ahora desaparecido. Según Ibn Battuta, el gran viajero marroquí que recorrió el mundo islámico en el siglo XIV, Ishaq es-Saheli el granadino habría sido enterrado en Tombuctú, pues él narra haber visto su tumba.

Algunas mezquitas y palacios más adornaban Tombuctú, pero su mayor riqueza era la cultural, el elevado número de doctores y sabios en variadas ciencias que le dieron fama y la hicieron legendaria. La compra-venta de libros era una actividad frecuente y apreciada, en la que sin duda participó Mahmud Kati, pues de su colección procede la mayoría de los ejemplares conservados.

Durante años la presencia de andalusíes en la capital del desierto siguió siendo muy importante, máxime si cabe a finales del siglo XVI, cuando una expedición marroquí a las órdenes de un morisco granadino, Yuder Pacha, apodado “Joder”, se apoderó del norte del imperio songhai, arrebatándoles Gao y Tombuctú a los reyes negros. Por entonces la familia Kati se había trasladado lejos de la ciudad de los sabios, a un lugar llamado Tindirma, donde el legado bibliófilo familiar comenzó un largo peregrinaje.

Con la llegada al poder de los Bambara los moriscos caen en desgracia en las tierras del Níger y los Kati han de abandonar sus ciudades y oficios tradicionales (juristas, abogados) para dedicarse a la agricultura, repartidos a lo largo de todo el Níger. Con ellos, cTombuctú, mezquita Djinguereiber, interioron cada rama de la familia, viajarán partes de la biblioteca como medio de evitar que los enemigos de la familia la destruyan al completo. Así podrían perderse algunos documentos, pero otros se salvarían. La persecución que sufre la familia a fines del siglo XIX hace que el destino de la biblioteca se pierda en la memoria. Sin embargo la tenacidad de unos lejanos descendientes de Ali ben Ziyad, Diadié Haidaa y su hijo Ismael Kati, ha servido para rescatar del olvido este fantástico legado. Poco a poco, con paciencia de santos y minuciosidad detectivesca, han recorrido toda la geografía del Níger, aldea por aldea, hurgando en la memoria y en los rincones olvidados de cada pariente o amigo próximo, hasta recuperar miles de legajos y manuscritos, almacenándolos de nuevo en Tombuctú. Pero el trabajo de Ismael Kati, a la postre continuador de la tarea, no había hecho más que empezar. Todo lo recuperado se instaló hace años en un edificio poco acondicionado, donde los libros se deterioraban con rapidez. Ismael decidió entonces recurrir a la tierra de sus antepasados, España, en busca de ayuda. Se dirigió primero a la Junta de Castilla-La Mancha y luego, ante la indecisión de sus políticos, al gobierno de Andalucía. Por fin, ante la presión de un grupo de intelectuales como Saramago, Goytisolo o Muñoz Molina, encabezados por José Angel Valente, la Junta de Andalucía se comprometió a facilitar todo lo necesario para la creación de una nueva biblioteca en Tombuctú.

Hay que hacer notar la actitud orgullosa y loable de Ismael Kati, quien durante bastante tiempo ha rechazado ofertas de compra de los ejemplares más destacados, y en ningún momento ha contemplado la posibilidad de vender al mejor postor el legado de su familia. Su mayor interés ha sido mantener unida la biblioteca de sus antepasados, al tiempo que conservarla en condiciones para que pueda ser consultada por los científicos.

Por fin, en septiembre de 2003, la Biblioteca Andalusí de Tombuctú se ha hecho realidad tras un año de obras. Un edificio de 800 m2 con más de 3.000 volúmenes en su interior, restaurados a cargo del Ministerio de Cultura español, y financiado por la Consejería de Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía por la módica cantidad de 150.000 euros, albergará uno de los legados culturales más importantes de los siglos XV y XVI, con información muy valiosa sobre las formas de vida de los españoles afincados en África subsahariana. Y para quien no pueda acercarse hasta la curva del Níger a consultarlos, una copia en microfilm de todo el fondo Kati se guardará en una biblioteca de Almería.

 Pequeña mezquita junto al Niger

 
LA INFLUENCIA LINGÜISTICA

La numerosa presencia de moriscos españoles durante largo tiempo en el Sudán medieval, literalmente el “país de los negros”, dejó una huella que va más allá de los libros acumulados en años de actividad bibliófila. Los “laluyyi” o “arma”, los renegados, como eran conocidos por las gentes del Níger por haber tenido contacto con los infieles cristianos en Castilla, llevaron con ellos al otro lado del Sahara numerosas palabras castellanas que se incorporaron, de un modo u otro, al habla de las tribus del imperio songhai. Debe tenerse en cuenta que no fueron solo los moriscos expulsados de al-Andalus en primera instancia quienes llegaron hasta el Sudán; muchos de los expulsados a lo largo del siglo XV también tuvieron un contacto importante con los reinos del Sahel. En un principio este contacto se debía a intercambios comerciales, actividad en la que fueron muy activos los moriscos. Pero según pasaron los años, descendientes de los primeros exiliados y nuevos moriscos llegados de España participaron en la expedición de conquista de Tombuctú en 1591, dirigida por uno de ellos, Yuder Pacha, de sobrenombre “joder” por el uso continuo que hacía de esa expresión coloquial castellana. Yuder Pacha llevaba con él 4.500 soldados hispanos exiliados, principalmente granadinos, pero también de otras regiones, que se establecieron en las tierras en torno a Tombuctú y la curva noroccidental del Niger, mezclándose en muchos casos con la población local. 
Se tiene constancia de que los moriscos, tal como hicieron los sefardíes, preservaron su lengua, mezcla del castellano y del árabe. Pues bien, un gran número de términos castellanos pasaron a las lenguas tribales de las gentes del Níger, sobre todo al songhai. En 1997 y 1998 dos expediciones científicas a Centroáfrica organizadas por la Universidad de Granada, estudiaron, entre otras cosas, la etimología de las lenguas del Níger, descubriendo cientos de palabras de origen andalusí en la lengua hablada hoy por los “arma”, los descendientes de aquellos “renegados” españoles y las gentes songhai con quienes tuvieron hijos. El gran trabajo de Amador Díaz García, miembro de ambas expediciones, constituye un valioso documento de la presencia hispana en África Occidental 

Mezquita de una aldea cerca de Djenne

* Enlaces:

Andalusíes en el Niger
http://www.islamyal-andalus.org/nuevo/historia/indice_%20andalucesen_niger.htm

Jesús Sánchez Jaén
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