Las
esferas de piedra del área intermedia
(Costa Rica y Panamá)

Y
las esferas fueron descubiertas
Costa
Rica, como todos los países centroamericanos, sufrió la penetración
de las compañías transnacionales del banano de los EE.UU. de
Norteamérica, las cuales se pusieron a deforestar extensas áreas
para desarrollar su actividad productiva en torno al cultivo del banano. En
Costa Rica penetraron en el valle de Talamanca desplazando a los indígenas
a las montañas, en la costa del Caribe y también en las fértiles
planicies de la costa del Pacífico. En este contexto de penetración
de las transnacionales bananeras es en el que se descubren las esferas de
piedra. En 1939 la compañía United Fruit Company puso sus ojos
en el área del Diquís, muy cerca de la frontera con Panamá,
y comenzó el proceso de deforestación de inmensas extensiones
de bosques tropicales húmedos de llanura para dedicarlos al cultivo
del banano. Esa labor deforestadora y movilizadora del suelo puso al descubierto
numerosos yacimientos arqueológicos que fueron saqueados, pero de repente
las máquinas toparon con unos elementos con los que no contaban, las
esferas de piedra.
Éstas
comenzaron a ser removidas de sus lugares de origen por orden del comprador
de tierras y capataz de la United Fruit Company, George P. Chittenden. Nada
se puso por delante, pues las esferas más pesadas fueron movidas con
potentes máquinas que al final las quitaron del medio. Pero dio la
feliz casualidad de que Chittenden tenía una amiga y compatriota arqueóloga,
la señorita Doris Stone asentada en San José, a la cual comunicó
la existencia de dichas esferas. La arqueóloga consiguió que
su amigo no moviese más esferas y le pidió poder analizarlas
y estudiarlas.
Doris
Stone llegó al Diquís en 1940, un año después
de que comenzaran los trabajos de la compañía bananera, cuando
ya la zona había sido prácticamente devastada, y dedicó
un año completo al estudio de las esferas, cuyos resultados publicaría
en 1943. Pero Doris Stone llegó tarde, pues las esferas poseían
disposiciones concretas que fueron profundamente alteradas. Pese a todo consiguió
estudiar algún segmento de las alineaciones de esferas que quedaron
en pie.
Con posterioridad
a los estudios de Doris Stone destaca la llegada del arqueólogo estadounidense
Samuel K Lothrop, experto en civilizaciones indígenas del continente
americano, el cual no pudo acceder a la Península de Nicoya ya que
Costa Rica estaba sumida en la guerra civil de 1948, por lo que Doris Stone
le invitó a visitar las esferas del delta del Diquís, en donde
permaneció un tiempo estudiándolas. Los resultados obtenidos
serían publicados en 1963 por el museo Peabody de Cambridge, Massachussets
(EE.UU. de Norteamérica). Doris Stone y Lothrop fueron los dos primeros
arqueólogos que estudiaron las esferas, momento a partir del cual aumentó
el número de investigadores que trataron de analizar la función
de éstas. A partir de la década de 1990 la arqueóloga
costarricense Ifigenia Quintanilla Jiménez realizará importantes
investigaciones, constituyéndose al día de hoy en el punto focal
de la temática a nivel nacional e internacional.
Cronología de la construcción de las esferas de piedra
Costa
Rica forma parte del ámbito cultural del “Área Intermedia”,
sector del territorio del continente americano con características
culturales propias, que se ubica entre tres áreas con fuerte personalidad
cultural: Mesoamérica, al norte; el ámbito cultural amazónico
al este y el ámbito cultural peruano al sur. En el Área Intermedia
se distinguen varios periodos históricos del proceso evolutivo de las
sociedades que allí habitaron, periodos que vamos a describir brevemente
para situar el momento en el cual se construyen las esferas.
El primero
de ellos es el de “los primeros pobladores” (10.000 al 7.000 a.C.).
Largo periodo de la historia precolombina que comienza con la llegada de los
primeros pobladores y su progresivo asentamiento en Abia Yala (nombre dado
por los indígenas actuales al continente americano) como cazadores-recolectores.
El segundo
periodo es el “de los cazadores y recolectores a los primeros cultivos”
(7.000 al 2000 a.C.). En él dominan las bandas nómadas y semi-nómadas
que dependían fundamentalmente de la recolección y la caza hasta
que al final del periodo se fue adoptando paulatinamente la agricultura.
El tercer
periodo es el conocido como el “Aldeano Igualitario” (del 2.000
al 300 a.C.), en el que la agricultura se desarrolla de forma intensa, lo
que propició un fuerte crecimiento de la población, el establecimiento
de aldeas permanentes y el comienzo de la diferenciación social.
El cuarto
periodo es el denominado “Periodo de Transición” (300 a.C.-300
d.C.), en el que la agricultura se consolida y el maíz constituiría
el cultivo principal en algunas regiones. Es un periodo en el que se va transformado
la sociedad, pasando de una organización tribal basada en las relaciones
de parentesco, producción de auto subsistencia y estructura social
igualitaria, a una sociedad más jerarquizada en la que ya existe un
jefe o cacique, dirigencia religiosa, artesanos especialistas y un poder hereditario.
El quinto
periodo es el denominado “Aldeano Cacical” (del 300 al 800 d.C.),
en el que el excedente agrícola produjo una transformación social
más profunda, que permitió consolidar el proceso iniciado en
el Periodo de Transición, en el que la organización sociopolítica
es el cacicazgo, jefatura o señorío. Organización que
comporta una sociedad fuertemente jerarquizada y estratificada, lo que permite
construir importantes poblados a base de estructuras de piedra y sociedades
más consolidadas. Es en esta fase en la que se dan las condiciones
para abordar la tarea de construcción de importantes infraestructuras
como las calzadas empedradas que unían los poblados más importantes,
acueductos y todo un conjunto de esculturas de piedra: de base de espiga,
mojones o pilares (marcadores de tumbas o de territorio), barriles, petroglifos,
lápidas talladas en grandes bloques demarcando tumbas y esferas.
Los investigadores
sitúan el inicio de la construcción de las esferas de piedra
sobre el año 300 d.C., aunque bien es cierto que se intensificó
su elaboración a partir del 800 d.C., es decir, en el periodo de los
Cacicazgos Tardíos. Se han encontrado esferas en distintas partes de
Costa Rica (Valle de la Estrella, en la costa Caribeña; zona fronteriza
de la Región de Chiriquí –Panamá-, con Costa Rica),
pero la mayor producción se desarrolló en el suroeste, en la
actual región Brunca, con una alta concentración en las cuencas
media y baja del río Grande de Térraba, aunque también
las encontramos en Buenos Aires, el valle intramontano de Pejibaye, en la
zona costera de Uvita y en la isla del Caño.
Para
terminar esta rápida visión de la cronología histórica
señalamos el sexto periodo, el de “los Cacicazgos Tardíos”
(800-1.500 d.C.), en donde se intensificará la construcción
de las esferas de piedra y otro tipo de esculturas. Periodo que culmina con
la llegada de los conquistadores europeos en el 1.500 d.C.
Materiales y manufacturas
Varios
son los tipos de materiales con que fueron construidas las esferas: gabros,
areniscas, calizas y granodioritas. En todo caso, en el contexto de las sociedades
agrícolas precolombinas de Costa Rica y Noroeste de Panamá se
tendió a utilizar materiales duros como las rocas ígneas o intrusivas,
que daban más solidez y durabilidad a las esferas y tenían menos
riesgos de fragmentación. Quintanilla, la estudiosa que más
se ha aproximado al análisis de los materiales con que están
construidas las esferas, detalla petrográficamente 153 esferas de piedra,
de las que “aproximadamente un 83,6% corresponde a rocas intrusivas,
un 10% a areniscas y en cantidades similares le siguen las calizas y las lavas,
ambas con un 3,2%”(1)
.

Varias
son las técnicas con que fueron construidas las esferas: sistema de
percusión directa, indirecta y presión, con posterior pulido
de las mismas. Técnicas que también se emplearon para tallar
herramientas y
otro tipo de objetos distintos a las esferas, caso de los metates y esculturas.
En todo caso la fisonomía redonda, casi perfecta, de las esferas, debió
constituir una tarea ardua para el artesano, como así se puede comprobar
cuando se observa y se tocan las mismas. Los artesanos cuidaron de que los
materiales sobre los que construían las esferas de piedra no tuviesen
demasiadas discontinuidades como diaclasas, fracturas, fallas, vetas y estratificación
y, además, fuesen poco densas, al objeto de facilitar su trabajo con
grandes piezas.
Las
grandes dimensiones que llegaron a adquirir muchas de las esferas, y su composición
petrográfica, hacen pensar a los investigadores que los yacimientos
de materia prima estarían relativamente cercanos a las zonas de uso,
entre 5 y 15 Km de distancia (2).
Tengamos en cuenta que los tamaños varían entre los 20 y los
254 cm de diámetro, lo que supone un peso aproximado de entre 20,2
m3 y 33 m3. La mayor concentración de esferas se sitúa en el
rango de los 50-150 cm.
Los investigadores
apuntan que la Fila Costeña del Pacífico Sur proporcionaría
materiales gabroides y equivalentes subvolcánicos, así como
en el complejo ígneo básico de la península de Osa. Las
esferas construidas con granitoides tienen sus yacimientos en el macizo montañoso
de mayor altura de Costa Rica, la cordillera de Talamanca, en donde se localiza
la mayor altitud de Costa Rica y América Central (Cerro Chirripó,
3.820 m), así como en los grandes bloques
arrastrados por los caudalosos y tormentosos ríos que drenan esta cordillera
hacia el Caribe. Por ejemplo la gran potencia de arrastre de los ríos
de la cordillera de Talamanca pudo haber transportado bloques de hasta 4 m
de diámetro durante las fuertes crecidas, encontrando ejemplos en el
valle del General, a lo largo de gran parte de la carretera panamericana Sur
y en la Baja Talamanca.
Las esferas
construidas en roca caliza debieron tener sus yacimientos en la Fila de Cal,
mientras que para las construidas con materiales más erosionables como
areniscas y areniscas conglomeráticas, las fuentes serían las
rocas clásticas sedimentarias que conforman la parte nuclear de la
Fila Costeña del Pacífico. Por último, las esferas construidas
con materiales volcánicos como las andesitas parecen tener su origen
en yacimientos de la Fila Costeña y en la cordillera de Talamanca.
El enigma de las esferas
Ya se
ha mencionado más arriba que el inicio de la fabricación de
las esferas se sitúa en el periodo “Aldeano Cacical”, y
el momento de auge parece coincidir con los “Cacicazgos tardíos”,
más que nada por paralelismos con otros tipos de grandes esculturas
en piedra. Pues eso es casi lo único que puede afirmarse de ellas,
ya que la mayoría se encuentran descontextualizadas. Las pocas que
se mantienen “in situ” no han proporcionado información
relevante, salvo algunas cerámicas asociadas, en el caso de que se
haya excavado alrededor, cosa que se ha hecho en muy contadas ocasiones.
Tampoco
los cronistas de la conquista española, tan dados a anotar todas las
curiosidades que descubrían en el nuevo mundo, registran ninguna noticia
sobre estas extrañas bolas de piedra. Por tanto no tenemos información
de primera mano sobre las costumbres de los indígenas que tan útil
ha resultado para otras cuestiones. Nada sabemos con exactitud sobre las gentes
que las fabricaron ni sobre la función para la que fueron hechas. El
marco cronológico tan extenso en el que se las encuadra (desde el 300
d.C. hasta los años próximos a la llegada de los españoles)
dificulta el acercamiento a su origen y cometido.
Hay documentados
34 yacimientos donde se encontraron esferas, 30 de ellos en el Pacífico
Sur, en concreto en el delta que forman los ríos Térraba y Sierpe,
conocido como Delta del Diquís, pero lamentablemente en casi ninguno
de estos lugares se conservan las esferas. Hay que añadir las noticias
sobre esferas en la isla del Caño, cerca del propio delta, expoliadas
en los años 70.
Desde
que Samuel K. Lothrop comenzó a investigar en la región de Diquís
en 1948, hasta que publicó sus trabajos en 1963, la explotación
agraria de la región estropeó los yacimientos y las esferas
fueron destruidas o expoliadas. En los años siguientes se puso en boga
la costumbre de adornar edificios y jardines con esferas de piedra, e incluso
algunas fueron llevadas al extranjero. La dispersión ha sido tal que
de 186 bolas pétreas contabilizadas en los primeros estudios (176 documentadas
por el Museo Nacional de Costa Rica), solo unas pocas se conservan “in
situ” o han sido excavadas debidamente en tiempos recientes: dos pequeñas,
de 10 a 15 cm. de diámetro, fueron halladas en el yacimiento Papagayo,
a la entrada de una estructura circular y asociadas a esculturas antropomorfas
de toba (3).
Se conocen 6 esferas en su lugar original en la llamada “Finca 6”,
en Palmar Sur.
Muy cerca
de allí, en el yacimiento llamado El Silencio, se halla la mayor esfera
conocida, que tiene 2’57 m de diámetro; por desgracia se encuentra
en un estado lamentable, ennegrecida y resquebrajada fruto de las quemas agrícolas
de los campos que la rodean. Las excavaciones llevadas a cabo por Badilla
en 1996 en el sitio arqueológico de “Finca 4”, cercana
a la anterior, sirvieron para identificar otras 8 esferas, alguna de ellas
fragmentada, en un lugar donde ya Lothrop, en los años 40, encontró
6 estructuras en montículos y 12 esferas asociadas a ellas (4).
Todas
estas se encuentran en el Delta del Diquís, y aún hay documentadas
7 más en el área del Golfo Dulce, en Golfito, muy cerca de su
emplazamiento original(5).
En resumen, las prospecciones y excavaciones de tiempos más recientes
documentan un total de 24 esferas asociadas a su contexto original, una cifra
muy escueta para poder precisar su función real, sobre todo si tenemos
en cuenta que la dirección del Museo Nacional estimaba, en 1999, que
casi 500 esferas fueron trasladadas de su lugar(6).
Con unos datos tan limitados y con una información tan escasa acerca
del contexto arqueológico, los investigadores no han podido concretar
gran cosa acerca de quién y para qué se hicieron las esferas.
Sobre
su autoría, y al margen de propuestas paracientíficas, solo
hay conjeturas. Algunas gentes han propuesto llamar “Diquís”
a los grupos indígenas que, en torno al 800 d.C., dominarían
la técnica de construcción de las esferas, por ser esta zona
de la costa del Pacífico Sur costarricense donde más abundan,
pero la talla en piedra de grandes piezas de buena calidad no es algo exclusivo
de las tribus asentadas en el delta del mismo nombre; ni siquiera la fabricación
de esferas puede limitarse a una zona (ver mapa). Solo puede afirmase que
quienes las tallaron dominaban las técnicas de escultura en piedra,
como puede comprobarse por las excelentes figuras de espiga y las mesas de
ofrendas o “metates” que se han hallado en el mismo contexto geográfico.
Los objetos metalúrgicos y cerámicos encontrados en Finca 4,
en las inmediaciones de algunas esferas, confirman la datación posterior
al 800 d.C., y hablan de una sociedad desarrollada y estructurada en la que
los artesanos de la piedra debían tener un papel destacado. No debemos
olvidar que además tendrían algunos conocimientos de navegación
para transportar las esferas hasta lugares como la isla del Caño.
Su funcionalidad
también es un misterio. Símbolos de poder, objetos de culto,
marcadores topográficos, puede aventurarse cualquier hipótesis,
pero no hay información para corroborar ninguna. El Museo Nacional
de Costa Rica proporciona una pequeña síntesis de las interpretaciones
más aceptadas hasta ahora en la sala donde exhibe algunas esferas:
indica que fueron símbolos de rango y posibles demarcadores territoriales,
al tiempo que hace referencia a los alineamientos observados por Doris Stone
y Samuel Lothrop. Sin embargo, los científicos siguen proponiendo explicaciones
de toda índole.
En línea
con la investigación sobre las navegaciones en la prehistoria, Ivar
Zapp defiende la utilidad de las esferas como marcadores de rutas náuticas,
precisando que sus alineamientos hasta ahora conocidos señalan el rumbo
hacia lugares tan remotos como las Galápagos, la Isla de Pascua, Cuba,
Stonehenge o Egipto(7)
.
Esos
alineamientos son el elemento que más posibilidades ha dado para una
interpretación no convencional. En 1943 D. Stone señalaba el
descubrimiento de 10 esferas de gran tamaño, en la finca 7 del complejo
bananero del Diquís, que formaban una línea ligeramente torcida,
pero con una dirección este-oeste muy clara. Mucho más detalladas
son las observaciones de S. Lothrop, quien, en sus trabajos de campo, midió
y dibujó decenas de esferas en sus emplazamientos originales; tomó
nota, así mismo, de la orientación aparente de muchas de ellas.
Se ha querido ver en esa orientación la clave para interpretar la localización
de las esferas y, al modo que se ha hecho con los dólmenes en el mundo
mediterráneo, para saber algo del propósito con el que fueron
colocadas, indicando puntos en el cielo nocturno o lugares de salida o puesta
del sol o incluso de la luna. Por desgracia, en los planos que publicó
Lothrop no se observa una tendencia clara que pudiese mostrar intencionalidad
en esas orientaciones; algunos grupos de esferas parecen indicar un eje este-oeste,
pero es algo muy indefinido. De cualquier forma, al no mantenerse las esferas
en su sitio original es imposible constatar si estas alineaciones son reales,
y sobre todo cual era la orientación exacta, por lo que no pueden extraerse
conclusiones. La arqueoastronomía no puede dar por válidos los
planos como único elemento para la interpretación. Además,
al haber muy pocas referencias topográficas en ellos, ni siquiera puede
saberse si las supuestas orientaciones podían señalar, por ejemplo,
un lugar en el horizonte o un hito en el paisaje, es decir, si lasx esferas
se colocaron teniendo en cuenta una orientación topográfica,
en vez de astronómica(8).
En la
actualidad el Museo Nacional trabaja en la creación del Parque de las
Esferas, en Palmar Sur, y se pretende recolocar allí las bolas pétreas
que vayan recogiéndose de propietarios particulares, con el fin de
exhibirlas al público en un entorno parecido al original y con la intención
de reproducir las agrupaciones que Lothrop dejó anotadas. Se tiene
la esperanza de descubrir así un significado astronómico para
su ubicación, e incluso una explicación a su utilidad. Sea como
fuere, pese al nulo valor científico de la reconstrucción (si
hablamos de arqueoastronomía), permitirá contemplar conjuntos
de esferas similares a las que observaron los arqueólogos en los años
40 del siglo pasado.
Otra
posible interpretación se intenta buscar en los grabados que contienen
algunas de ellas, sobre todo en una dividida en dos mitades que se conserva
en el Museo Nacional. Una de las partes tiene grabado un petroglifo de líneas
complejas, en las que algún investigador ha querido ver un pequeño
planetario o mapa de una zona del cielo nocturno, en concreto de la región
de las constelaciones de Pegaso y Andrómeda. El autor del grabado habría
dado forma a una constelación particular con las estrellas de esta
zona del cielo, por supuesto con otro nombre y forma que las conocidas en
el mundo mediterráneo. La base esférica habría servido
para orientarla a voluntad, a modo de un planetario pétreo(9).
Se conoce
otra esfera con un grabado en Palmar Sur, aunque esta vez la figura ha sido
identificada con un saurio(10)
El
contexto conocido
Muchas
de las esferas estudiadas “in situ” están en el borde de
montículos artificiales, similares a un túmulo; incluso a veces
sobre ellos. Los montículos han resultado ser elevaciones construidas
a base de piedras y con tierra por encima, pero sin enterramientos ni cámaras
en su interior, lo que descarta su función como sepulturas. Sí
se conocen, en cambio, tres tumbas en las proximidades de varias agrupaciones
de esferas, colocadas éstas a su vez al pie de alguno de los montículos
de Finca 4, lo que podría indicar un papel funerario de las bolas.
Las excavaciones recientes en este sitio (1996) han dado como fruto numerosas
cerámicas y objetos metálicos, pero no más tumbas. Es
posible que el continuo laboreo agrícola con maquinaria pesada desde
los años 40 haya destruido los enterramientos del mismo modo que casi
ha aplanado los montículos. Los expoliadores de yacimientos, o huaqueros,
también son frecuentes en la región. El hecho más llamativo
es que, pese a la explotación de la finca, en una sola campaña
de excavaciones se encontraron esferas enterradas al pie de los montículos,
calzadas con una serie de piedras para mantenerlas fijas, e incluso se halló
una rampa de acceso muy ancha en el lado sur de una de las lomas artificiales(11).
Esos
resultados están en la línea de asociar las esferas con el mundo
ritual de los pueblos que las fabricaron, en concreto con las ceremonias fúnebres.
Los montículos, provistos de un acceso cómodo a su cima, como
se ha comprobado con la rampa excavada, tendrían una función
ceremonial, muy posiblemente asociados a una especie de necrópolis.
Las esferas, situadas bien en lo alto de la elevación artificial o
enmarcando parte de su base, resaltarían el lugar como un hito paisajístico,
y al tiempo podrían servir para indicar el prestigio o el poder económico
de la tribu, familia o grupo social a quien perteneciese el espacio funerario.
Eso explicaría que el número de esferas situadas junto a los
montículos varíe desde un par hasta 5 elementos. Un papel similar
como símbolos de “status” social se supone a los pilares
antropomorfos y zoomorfos usados en la zona de Cañas entre el 300 y
el 800 d.C. para marcar las áreas de enterramiento(12).
Por supuesto solo se conocen con exactitud unas pocas tumbas asociadas a esferas,
se han estudiado pocos montículos y muchos de ellos están dañados
gravemente, y en otros lugares las esferas pueden estar movidas de su emplazamiento
original, pero si se prodigan las excavaciones sistemáticas el misterio
de las esferas puede ir clarificándose en la línea que apuntamos.
Como
ya indica A. Sibaja, muchas de las esferas se han hallado en espacios abiertos,
que parecen ser de uso público, lo que refuerza la hipótesis
de un papel ceremonial. Otras, en cambio, parecen haber servido para marcar
un territorio. Su función en el paisaje puede observarse en el ejemplar
más grande conocido, la esfera de El Silencio, de 16 Tn. de peso. Se
encuentra a mitad de una ladera, en el entorno de Palmar Sur, pero alejada
de cualquier lugar habitado en tiempos precolombinos.
J. Hoopes,
antropólogo norteamericano que lleva años estudiando las esferas,
se suma a la idea del papel de símbolos de rango social, ya apuntado
por D. Stone y S. Lothrop, pero añade que con el paso de los tiempos
debieron servir para múltiples propósitos. Para él, además,
su fabricación pudo haber sido ritualizada como reflejo de la importancia
social que adquirieron(13).
No olvidemos que para tallarlas y transportarlas era necesario emplear abundantes
medios y mano de obra, lo que implica una cierta capacidad económica.
En conclusión,
las esferas precolombinas costarricenses necesitan un amplio programa de excavaciones
e investigaciones que complete la información fragmentaria disponible
hasta ahora, excavaciones como las realizadas en Finca 4 en 1996. Ese es el
único camino posible para completar este apasionante capítulo
de la historia de la Centroamérica precolombina y arrojar luz sobre
el misterio que las envuelve. Mientras tanto, la recuperación de las
esferas para el patrimonio de Costa Rica es un primer paso muy importante.
Situación
de las esferas de Costa Rica y proyectos en marcha
El Gobierno
de Costa Rica está empeñado en crear el Parque de las Esferas
y que éste sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la
UNESCO. La propuesta fue formulada en el año 2001. Para ello, se han
comenzado las primeras actuaciones para hacer realidad el Parque con la repatriación
de ocho esferas en el mes de octubre de 1999. El proyecto fue liderado por
el Museo Nacional, el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, así
como universidades de los EE.UU (Yale y Pennsylvania) y otras instituciones.
Esta
actuación se encuentra amparada por el marco normativo nacional que
regula el Patrimonio Histórico Nacional: la Ley 6073 de Patrimonio
Nacional Arqueológico, que declara a las esferas como esculturas precolombinas
propiedad del Estado, incluso las que adquirieron los particulares tras la
vigencia de la Ley nº 7 de 6 de octubre de 1938, quienes son responsables
de su conservación e integridad.
El problema
con el que se choca es que un buen número de esferas no se encuentran
emplazadas en sus lugares originales, como ya se ha dicho, sino que el proceso
de expolio de las mismas, a partir de su descubrimiento en el año 1939,
ha provocado que muchas se encuentren en manos de particulares y de museos
estatales.

La mayoría
de esas esferas están esparcidas por todo el país, en diversas
localizaciones, pero todas distintas de las originales, salvo los pequeños
grupos mencionados más arriba que se conservan “in situ”.
En septiembre de 2006 Hilario Villalvilla realizó un inventario de
las esferas que se encuentran en museos y casas particulares (o de habitación)
en dos localidades ticas: San José y Escazú, inventariando 29
ejemplares que se encuentran fuera de su contexto territorial e histórico-cultural,
como muestra de la dispersión de estas originales esculturas.
INVENTARIO
DE ESFERAS LOCALIZADAS EN EL VALLE CENTRAL DE COSTA RICA. MUNICIPALIDADES
DE SAN JOSÉ Y ESCAZÚ* |
LUGAR |
Nº
DE ESFERAS |
Museo
Nacional de Costa Rica (San José). Zona visitable por el público
|
16 |
Museo
del Jade del Instituto Nacional de Seguros (San José). Zona visitable
por el público |
1 |
Museo de Arte Contemporáneo de Costa Rica (San José). Zona
visitable por el público |
1 |
Exposición
temporal “Artesanos y Piedras” en los Museos del Banco Central
de Costa Rica (San José). Las esferas expuestas son cesión
del Museo Nacional de Costa Rica (2006) |
3 |
Casa
de habitación en la Avenida 2, frente al cine Garvo (San José) |
2 |
Casa
de habitación (inicio del Paseo Colón -San José-) |
2 |
Casa
de habitación (urbanización Trejos-Montealegre, junto al
parque Istkatzú y frente al edificio Horizonte –Escazú-) |
1 |
Parque
Braulio Carrillo (frente a la iglesia de la Merced -San José-) |
1 |
Jardines
de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica (San José) |
2 |
TOTAL
|
29 |
Fuente:
Inventario realizado por Hilario Villalvilla Asenjo (septiembre de 2006).
------------
1- Fernández,
P. y Alvarado, G.E., Catálogo de la Exposición “Artesanos
y piedras. Herramientas y escultura precolombina en Costa Rica. Septiembre
2006-enero 2007”. San José, Costa Rica, Fundación del
Banco Central, 2006, p. 79 .
2- Acuña, V., Cronología
y tecnología lítica en el Valle de Turrialba, Costa Rica, 2000;
Agar, B. y Stern, C., Petrography, chemistry and the sources of laja from
the prehistoric Silencio cemetery, Costa Rica, 2003; Barquero, J. Cerro Tovar:
Fuente de la laja para el cementerio El Silencio, Costa Rica, 2003.
3- Fernández, P. y
Alvarado, G.E., op. cit. p. 55.
4- Badilla, A., Rescate arqueológico
en Finca 4, Palmar Sur, Cantón de Osa. Informe final. Departamento
de Antropología e Historia, Museo Nacional de Costa Rica, San José,
1996.
5- Hoopes, J., Costa Rica
spheres. Dept. of Anthropology, University of Kansas, 1996
en www.hartford-hwp.com/archives/47/016.html
6- Sibaja Álvarez,
A., Esferas de piedra en Costa Rica. Enigma en el Delta del Diquís.
San José, Costa Rica, 2004, p. 36.
7- Citado por Sibaja, A,
op. cit., pp. 133-134, y en www.esencia21.com/ARQUEOLOGIA/Esferas/ESFERAS.php
8- Belmonte Avilés,
J.A., y Hoskin, M., Reflejo del Cosmos. Atlas de Arqueoastronomía del
Mediterráneo Antiguo. Equipo Sirius, Madrid, 2002, para referencias
sobre arqueoastronomía y orientaciones topográficas.
9- Quesada, Edwin, en www.geocities.com/eqm/pegasus.html
10- Fernández, P.
y Alvarado, G.E., op. cit. p. 42, foto en fig. 42
11- Badilla, A, Quintanilla,
I. y Fernández, P., Hacia la contextualización de la metalurgia
en la subregión arqueológica Diquís. Publicación
digital en la Biblioteca Virtual Luis Angel Arango, edición original
M. Nac. de Costa Rica, 2005, edición virtual, 2005, (http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/bolmuseo/1997/enjn42/enjn06a.htm
)
12- Fernández, P.
y Alvarado, G.E., op. cit. p. 61.
13- Hoopes, J., op. cit.
Hilario
Villavilla Asenjo
Jesús Sánchez Jaén
Permitido
copiar o difundir siempre que sea sin fín comercial, sin modificar
y citando el autor y la web donde se ha obtenido
Artículo
publicado en Revista de Arqueología del siglo XXI, nº 318, octubre
2007, pp. 26-35
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en pdf (733 kb)
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