Camino
y plaza fuerte, religión y milicia, arte
y paisaje, todo ello está en el origen
y en el corazón de la ciudad. De acuartelamiento
romano pasó a ciudad medieval con muralla
robusta, de estación en la ruta imperial
llegó a parada obligada en la vía
religiosa; y todo ello ha ido dejando su huella
en formas arquitectónicas y paisaje urbano.
Del tiempo romano heredó lo principal,
el nombre, que no recuerda a un felino sino a
la legión acuartelada en la planicie entre
el Bernesga y el Torío. También
la trama urbana del centro, abrazado por la muralla,
remite al campamento legionario, en especial la
calle Ancha, “vía principalis”
o “decumano maximo” en tiempos de
la Roma imperial.
La
Edad Media traería muchos cambios, comenzando
por los arrabales, con sus pequeñas plazas
e iglesias que fueron formando barrios extramuros.
Su crecimiento obligó, en el siglo X, a
ampliar los muros defensivos con lo que hoy se
llama “las cercas”. Pronto la ciudad
se convirtió en un punto señalado
en la ruta jacobea.
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Los
peregrinos, procedentes de Sahagún, llegaban por
el sur, oraban ante la virgen en la catedral, y seguían
hacia el oeste para cruzar el Bernesga por el puente de
San Marcos camino de Astorga. El templo fue quedándose
pequeño para tanto peregrino, y en el siglo XIII
Alfonso X decidió que había que sustituirlo
por uno más grande y acorde a los tiempos. La moda
arquitectónica viajaba también por el camino,
y se tomó el modelo francés para levantar
Santa María de la Regla, sin duda la más
francesa de todas las catedrales españolas.
Aquí se asienta el corazón de la ciudad,
centro de todas las miradas. Bajo ella están los
restos de las termas del campamento romano; a su espalda
la muralla; en su fachada occidental, la bella plaza de
la Regla; y un poco al sur Puerta Obispo, otra plaza sobre
el lugar de una de las puertas romanas.
Durante el Medievo fue capital del reino, llegando a su
máximo esplendor. Más luego fue adelantada,
y absorbida, por su hija castellana, rica y poderosa,
sin que a ojos de sus habitantes se haya hecho nada para
remediar tal afrenta hasta el día de hoy.
Como
resultado de tantos avatares y de tan alta alcurnia, León
contiene un tesoro arquitectónico que permite viajar
a través del tiempo. En un paseo de pocos kilómetros
es posible recorrer 2.000 años de historia a través
de edificios de todas las épocas.
En
el año 74 la legión VII Gemina se instaló
en un campamento permanente y se mantuvo allí durante
400 años. Las familias y los comerciantes que acompañaban
a los soldados, asentados extramuros, añadieron
barrios a la ciudad incipiente. Una muralla formidable
recuerda el acuartelamiento más importante de toda
la Península Ibérica. Puede pasearse gran
parte de su perímetro contemplando los torreones,
que mantienen el aspecto romano pese a numerosas restauraciones.
En el siglo X Ordoño II estableció allí
su capital y la ciudad aumentó de población.
De entonces datan algunas magníficas iglesias,
como Nuestra Señora del Mercado, la pequeña
capilla de Palat del Rey y la Basílica de San Isidoro,
que contiene las mejores pinturas románicas de
la Península en su Panteón de los Reyes.
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El mejor edificio del medievo es, sin duda, la Catedral.
Tres naves cubiertas con bóveda de crucería,
de paredes altas horadadas por 1.800 m2 de vidrieras,
terminan en una cabecera semicircular con cinco ábsides
poligonales. La altura de las naves, la perspectiva del
conjunto interior y la iluminación que proporcionan
las vidrieras la hacen una catedral única en toda
España. En el exterior las portadas exhiben toda
la riqueza escultórica del mejor gótico
europeo. Sus tallas minuciosas, que narran escenas de
la Natividad, de la vida de la Virgen y del Juicio Final,
entre otros muchos temas sacros, invitan a una “lectura”
pausada que puede llevar a horas de ensimismamiento y
contemplación.
Del
renacimiento destacan el convento de San Marcos, la iglesia
de San Marcelo, el convento de las Concepcionistas, el
antiguo ayuntamiento, la Casa de la Carnicería
y los palacios de los Guzmanes y del Conde Luna. Los palacios
son la herencia de un pasado glorioso y de la pujanza
de la nobleza leonesa.
¿Y
qué decir de San Marcos? La fachada plateresca
es una joya en sí misma, ejemplo de armonía
y perspectiva, ilustrada con medallones de personajes
mitológicos e históricos, guirnaldas y pináculos.
Ningún palacio italiano de la época le haría
sombra. Una vez superado el tiempo de contemplación
dese la plaza, es necesario pasar al interior de la iglesia
para, en su penumbra, recorrer la nave disfrutando de
la crucería, las capillas y las rejas. El claustro
alberga una pequeña parte del museo de León,
y el monasterio es Parador Nacional, un lujo al alcance
de cualquier visitante.
Se
puede seguir el paseo arquitectónico, avanzando
en el tiempo, con los palacios barrocos del marqués
de Torreblanca, de los marqueses de Prado, de Don Gutiérrez
y la Plaza Mayor. Y la cosa no termina aquí. El
Palacio Episcopal, terminado en un curioso estilo historicista,
es una sorpresa, como la capilla del Cristo de la Victoria,
neorrománica. Pero lo es aún más
la antigua Casa de Correos y sobre todo la Casa de Botines,
modernista con algunos apuntes neogóticos que hacen
referencia al esplendor de la Catedral. Diseñada
por Gaudí, se construyó al tiempo que el
Palacio Episcopal de Astorga, y ambos constituyen los
mejores trabajos del genio modernista fuera de Cataluña.
Pocos pasos separan la Casa de Botines del Palacio de
los Guzmanes, pero hay un abismo arquitectónico
e histórico entre ellos. El contraste es grande,
aunque muy atractivo a la vez. Sentado en la plaza de
San Marcelo, junto al modelo en bronce de la ciudad, puede
verse como a la derecha corre la galería de la
tercera planta del palacio, y cuando casi se llega a su
extremo norte, una torrecilla neogótica interrumpe
la vista. Es uno de los detalles de la Casa de Botines.
Estilos y siglos muy diferentes les separan, pero eso
mismo da encanto a la imagen.
El
Palacio de los Guzmanes es un ejemplo de la arquitectura
civil renacentista. Organizado en torno a un patio que
recuerda a los claustros de los monasterios, el palacio
mezcla elementos clásicos romanos con la tradición
medieval.
Por
contra la Casa de Botines, que fue sede de una firma de
banca y tejidos, abre la ciudad al ensanche, sirviendo
de transición entre la zona antigua y las calles
del siglo XIX. Llama la atención su aspecto de
castillo gótico, con pequeños torreones
en las esquinas y ventanas ojivales. Entre ellas Gaudí
se permitió colocar algunos detalles modernistas
muy peculiares, como la estatua de San Jorge y el dragón,
claro referente catalán.
La parte más moderna de León también
cuenta con arquitectura valiosa agrupada en el barrio
Eras de Renueva. La joya es el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo),
acompañada por el Auditorio y el Edificio Europa.
Todo un placer para los amantes de la arquitectura, pero
también para quienes gustan del arte y la historia
de las ciudades. De un edificio a otro el viajero encontrará
plazas recoletas, como la del Grano (la más pintoresca)
o grandes espacios urbanos, como la Plaza Mayor o la Plaza
de la Regla.
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Por
ejemplo, caminar desde el Espolón, la puerta
norte de la muralla, hasta San Isidoro, llevará
al caminante por la Plaza Puerta Castillo y la de
Santo Martino. Siguiendo hasta la Catedral se pasará
por la plaza Torres de Omaña. Del Museo de
León o la Casa de Botines hasta Las Cercas
pueden verse la Plaza de San Marcelo, la del Conde
Luna, la de Don Gutiérrez, la de Santa Maria
del Camino y llegarse hasta la del Caño de
Santa Ana. En todas ellas se puede disfrutar de
la buena gastronomía local al tiempo que
se respira el ambiente amable de un entorno bien
cuidado. La ciudad se ha ido transformando con el
tiempo, pero sin olvidar su carácter y la
memoria de haber sido capital de un reino. |
Una
observación final: en 1188 Alfonso IX, el que sería
a la postre el último rey de León, convocó
unas cortes generales de todo el reino en la basílica
de San Isidoro. Hecho tan peculiar, nunca antes convocado
quizá en toda Europa, ha sido conmemorado en la
actualidad otorgando a León el título de
“Cuna del Parlamentarismo”, un motivo más
de orgullo para sus habitantes.
Texto:
Jesús Sánchez Jaén