"
Las especias eran llevadas desde Leucé Comé a Petra, y
desde allí a Rhinocolura, en Fenicia, cerca de Egipto, y desde allí
a los otros pueblos."
Estrabón XVI, 4,24
Las rutas de las caravanas especieras,
a las que se refiere Estrabón, pasaron durante muchos años por
un legendario y mítico lugar en los aledaños del desierto, Petra.
Habitada desde el
diez mil antes de Cristo (pues restos del paleolítico superior así
lo atestiguan) la zona en la que se asienta está enmarcada en las montañas
que bordean por el este el Wadi Arabah, la prolongación del valle del
Rift desde el golfo de Aqaba hasta el mar Muerto. A lo largo de la historia
vivieron aquí varios pueblos, entre los que cabe destacar los edomitas
bíblicos, pero hay que esperar al siglo VI a.C. para tener la primera
noticia de los nabateos, unos nómadas del desierto arábigo que
se dedicaban por entonces al saqueo de caravanas. Forzados a emigrar hacia
el norte por la presencia de tropas babilonias en sus tierras, se encontraron
con el reino de Edom en plena decadencia. De una manera lenta, pero sin pausa,
debieron mezclarse con los edomitas y hacia el siglo IV, siendo ya el grupo
predominante, se instalaron a las orillas del Wadi Mousa. El historiador romano
Diodoro nos recuerda que durante mucho tiempo Petra fue simplemente "una
roca extremadamente dura pero sin muros" donde viven unos "árabes
llamados nabateos".
Petra ofrecía
la posibilidad de almacenar grandes cantidades de mercancías, acortando
así las tremendas distancias existentes entre los puertos del golfo Arábigo
(Gerha, Hadramut, Labea) y del mar Rojo (Aqaba, Leucé Comé) y
los lugares de desti-no en Egipto, Líbano y Siria, al tiempo que controlaba
las fuentes de agua en un amplio espacio.
EL REINO NABATEO
El judío Flavio Josefo es el primero que relaciona el nombre de un rey,
Aretas III, con la ciudad de Petra. Este monarca aprovechó la debilidad
de los reinos lágida (Síria) y seleucida (Babilonia), desgastados
por interminables enfrentamientos mutuos, para llevar su país a la máxima
extensión. De una tribu seminómada asentada en un pequeño
poblado fácilmente defendible se había pasado, en el transcurso
de 200 años, a un reino que iba desde Rhinocolura y Aqaba hasta las inmediaciones
de Damasco, y por la península arábiga se extendía, siguiendo
la línea de la costa, hasta Hegra (Medain Saleh); y la capital de ese
reino estaba adoptando el aspecto que la convertiría en un conjunto artístico
y paisajístico único en el mundo. No pasó, sin embargo,
mucho tiempo hasta que Roma puso su mirada en la próspera ciudad. Josefo
narra un intento fallido de Pompeyo de conquistar su territorio. Las tropas
romanas tuvieron en la árida región el mayor enemigo y todo acabó
con la firma de un pacto.
La alianza de Malico
I (56-30 a.C.), sucesor de Aretas, con los partos demuestra un importante
margen de maniobra mientras los romanos están inmersos en la guerra
civil. Mas cuando Augusto asuma el poder definitivamente, desde Roma se van
a regir los acontecimientos de Petra, al igual que en todo el Próximo
Oriente, aún no formando parte del Imperio.Buena prueba de ello es
lo que cuenta Estrabón: Aelio Gallo, proconsul de Egipto, intentó
llegar al sur de la península arábiga durante el reinado de
Obodas II (30-9 a.C.). El guía nabateo que llevaron, un personaje llamado
Silaeo que pretendía el trono, fue acusado de traición y ejecutado
en Roma debido a unos confusos sucesos, que muestran el desesperado intento
nabateo por mantener sus rutas comerciales fuera del alcance romano. Augusto
confirmó en el trono a Aretas IV (8 a.C.-40 d.C.) como sucesor de Obodas
y Petra pasó a ser de hecho un reino asociado al Imperio. Durante ese
tiempo la urbanización de la ciudad alcanzó lujosas proporciones
y se atribuyen a ésta época las grandes obras hidráulicas.
Con Malico II (40 - 70 d.C.)
el comercio entró en un proceso de recesión a causa de la flota
romana, que abrió una ruta a través del mar Rojo hacia las costas
egipcias y de allí, por el Nilo, a Alejandría. Rabel II fue
el último rey de Petra. A su muerte, el año 106 d.C., y como
si de algo previamente pactado se tratase, Trajano ordenó al gobernador
de Siria, Cornelio Palma, que tomara posesión del reino y lo incorporase
a la provincia de Arabia, con capital en Bosra (Siria). No se produjo ningún
tipo de lucha entre nabateos y romanos; la dependencia de Roma estaba tan
asumida que todo debió consistir en la formalización legal de
una situación preexistente desde tiempo atrás. Quizá
se repitió aquí la figura legalista que usó Atalo III
de Pérgamo dejando su reino en herencia a los romanos.
LA CIUDAD
La Petra
que encontró el gobernador romano debió resultarle sorprendente.
Ante sus ojos aparecía un amplio número de tumbas monumentales,
con fachadas dignas de cualquier palacio helenístico, que rodeaban
casi por completo una ciudad de casas sencillas y pequeñas.
Actualmente se accede a la
ciudad, centrada en un pequeño espacio abierto circundado de impresionantes
colinas rocosas, desde la villa de Elji, siguiendo un tortuoso camino por
el fondo de un desfiladero conocido como Siq. Antes de comenzar la garganta,
se encuentran unos bloques monolíticos con aspecto de torre y decorados
con muy leves molduras y columnillas, conocidos como Djin o bloques de los
espíritus. A continuación nuestra vista se recrea con dos curiosas
fachadas superpuestas, de notables diferencias estilísticas. La superior,
llamada la tumba de los obeliscos, está claramente relacionada con
el Egipto ptolemaico, con el que los nabateos tenían importantes contactos
comerciales. Por debajo de ella el Triclinio de Bab el Siq o puerta del desfiladero,
tumba de fachada coronada por un frontón partido, con distribución
interior propia de un triclinio. Se la fecha en el siglo I a.C. como perteneciente
al período clásico del arte nabateo. Nada más dejarlas
atrás se penetra en el Siq, que lleva al corazón de la ciudad.
Caminando junto a un canal para el agua, que recorre todo el desfiladero,
se ven diferentes inscripciones y hornacinas mientras la garganta se va haciendo
más angosta y oscura según desciende el nivel del suelo. Alcanzar
su final supone encontrarse de frente con la magnífica fachada del
Khasneh
al Faroun, el Tesoro del Faraón, quizá el monumento más
famoso de Petra. Profundamente
excavado en la roca, lo que ha protegido su fachada de los fuertes vientos,
consta de dos pisos que alcanzan una altura de 40 m.. Hecho todo él
en estilo corintio alejandrino, la parte baja ofrece el aspecto de un templo
con un vestíbulo que da acceso a tres salas a través de magníficas
puertas esculpidas. Por encima dos columnas a cada extremo, coronadas por
ángulos de frontón, rodean un tholos, o templete circular, central
con la imagen de una Tyche o Fortuna y rematado por un tejadillo con una urna
en la cúspide. Es ésta la que ha dado nombre al lugar, pues
la leyenda cuenta que los beduinos atribuían todos los edificios de
Petra a creaciones mágicas de un faraón, quien escondió
su tesoro en una urna y la puso fuera del alcance de los hombres, sobre el
tholos del monumento. Ello hizo que durante años los beduinos probasen
a romper la urna disparando con sus armas y hacer caer el tesoro. Estilísticamente
no hay duda de su pertenencia a la época en que Petra toma contacto
con la cultura helenística, el reinado de Aretas III llamado Filoheleno.
Fuese una tumba real o un templo (se ha debatido mucho sobre ello), hay que
situarlo hacia el siglo I a.C. y tener en cuenta su influencia en edificios
posteriores.
El camino se abre hacia el oeste, encajonado todavía entre altas paredes,
y tras pasar junto a las llamadas calles de las fachadas, una aglomeración
de tumbas muy sencillas, con unas simples franjas de almenas escalonadas que
corren sobre la puerta y datan de los primeros tiempos del arte nabateo, de
inspiración babilonia, alcanzamos el teatro. De tipo griego, esto es,
cavado en la roca, parece haberse construido en el siglo I de nuestra era y
ampliado ya en época romana hasta alcanzar una capacidad de casi 7000
espectadores. Poco más allá se extiende ante nuestros ojos el
valle central de Petra, donde se hallaba el núcleo de la ciudad. Siguiendo
el camino a la derecha se pueden ver las llamadas Tumbas Reales, las más
completas y refinadas, pertenecientes todas a la época de mayor influencia
helenístico-romana, del siglo I a.C. al siglo I d.C..
La primera de ellas,
la Tumba de la Urna, mausoleo de Aretas IV o Malico II, flanqueada por un
amplio patio con pórticos elevado sobre una estructura de arcos y pilares,
muestra una estampa más propia de un templo romano, con sus cuatro
columnas sujetando varios frisos y un amplio frontón. Su cámara
principal fue retallada en época cristiana para convertirla en iglesia,
según lo testifica una inscripción en el interior que recuerda
su consagración
como catedral por el obispo Jasón
en 447 d.C. A su lado un edificio de colores brillantes y cálidos por
los que ha merecido el nombre de Tumba de la Seda da paso a la Tumba Corintia,
llamada así por sus capiteles, una de las principales muestras del
estilo híbrido, imitación del arte helenístico con elementos
clásicamente nabateos, que debió nacer por la influencia del
Khasneh. La última de las Tumbas Reales es de tal magnificencia que
se la ha llamado Tumba Palacio y alguien ha querido ver en ella similitudes
con la domus aurea de Nerón. La fachada, en buena parte construida
con sillares sobre la roca, es de un ampuloso helenismo, produciendo un efecto
teatral con sus múltiples columnillas y nichos dispuestos en dos niveles,
que descansan sobre cuatro esbeltos pórticos coronados por pequeños
frontones. El piso superior está semiderruido. Cerca de la Tumba Palacio
se alza un edificio muy estropeado pero en el que puede leerse una inscripción
en latín que habla de Sexto Florentino, gobernador de la provincia
de Arabia hacia 127 d.C..
Encaminándose
hacia el suroeste se distingue con claridad el curso del Wadi Mousa, junto
al que se desarrolló la vida pública de la ciudad. Dejando atrás
las ruinas de un pequeño ninfeo, bajo la sombra de uno de los pocos
árboles del valle, se entra en la que debió ser la calle principal
o cardo maximus, flanqueda por una columnata a ambos lados, al estilo
de ciudades como Palmira o Apamea aunque mucho más pequeña.
Un buen número de columnas ha sido puesto en pie por el Departamento
de Antigüedades de Jordania y actualmente se puede caminar entre ellas
sobre los restos del pavimento original. Toda el área tiene una traza
urbanística que demuestra la importación de ideas y arquitectos
helenísticos para su construcción. La concepción de un
espacio urbano como la calle porticada y sus edificios no es, evidentemente,
árabe, y hay que pensar de nuevo en Aretas III, el rey de gustos griegos,
como el iniciador de una remodelación continuada por sus sucesores
y culminada en época romana. En su lado sur se abren tres grandes espacios,
alguno precedido de un pórtico y una pequeña escalinata, que
se han identificado como mercados. Debían ser el destino final de una
parte de los productos que las caravanas traían, seguramente poco más
que los destinados al consumo de los propios nabateos, pues no tienen grandes
dimensiones.
LAS CARAVANAS
Dos suburbios, uno al sur, el Sabrah, y otro al norte, el Beida, que constituían
dos puntos de acceso a la ciudad fácilmente defendibles, tienen trazas
de haber albergado los grandes caravanserais donde se guardarían las
abundantes mercancías que llegasen.
Las caravanas tenían en Petra el punto final de un viaje larguísimo
en el que recorrían alguna de las numerosas rutas que cruzaban la península
Arábiga. Las especias, perfumes, telas y demás mercaderías
llegaban de oriente en barcos hasta el golfo de Omán y allí podían
elegir entre cruzar el estrecho de Ormuz y llegar a los puertos de Bahrein o
Kuwait, desde donde su carga iba directamente a Petra por el norte del desierto
arábigo, o bien seguir por la costa sur hasta el puerto de Hadramut y
enviar el cargamento por la ruta que sigue hasta la Meca; de allí al
gran caravanserai de Dedan, pasando por Medina, muy cerca de Hegra y de Teima,
enclaves ya del reino nabateo: la siguiente parada era Petra. Los productos
de Somalia y el resto de la costa oriental africana podían llegar en
barcos remontando el mar Rojo a Leucé Comé, que enlazaba directamente
con el caravanserai de Dedan, o bien atreverse hasta Aqaba, a un paso de Petra
y tal vez su puerto más importante.
Caminando
unos metros por el cardo hacia el oeste dejamos a la derecha los confusos
restos de un edificio identificado como un palacio y algo más adelante,
a la izquierda, un amasijo de sillares, tambores de columnas y diferentes
fragmentos precedidos de una escalinata nos dan una escasa idea de lo que
fue un templo.Frente a él, en la otra orilla del wadi se alzaba el
Templo del león alado. Se pueden distinguir actualmente dos partes:
un pórtico y una sala de columnas o cella conectados por una amplia
entrada. La cella tiene cuatro filas de columnas que rodean un altar junto
al muro del fondo. Los capiteles están decorados con unos pequeños
leones que han dado nombre al templo. Construido en el reinado de Aretas IV,
se cree que estaba destinado a la diosa Al-Uzza.
La calle porticada termina ante los restos de una puerta monumental, en realidad
la entrada al témenos del gran templo. Está construida a la manera
de los arcos de triunfo romanos y daba acceso a un amplio recinto amurallado
al que se abren varias dependencias, y en el fondo el Qasr el Bint Faroun o
Castillo de la hija del Faraón. De nuevo los beduinos han atribuido al
legendario faraón lo que es un templo de estilo nabateo clásico
fechado en tiempos de Obodas II (siglo I a.C.). Está elevado sobre un
podium al que se accede por una escalinata, siguiendo las pautas de los templos
clásicos. Un pórtico tetrástilo in antis sobre el que corría
un friso de triglifos y metopas decoradas con rosetas y rematado por un frontón
triangular le darían un claro aspecto helenístico. Sin embargo
su peculiar distribución interior, con una cella especialmente ancha
y un sancta sanctorum rodeado de dos capillas laterales forman un edificio casi
cuadradado, falto de la profundidad característica de un templo romano
o griego. La decoración consistía en placas de mármol adosadas
a los muros y paneles de piedra y arcilla engarzados en las paredes, con motivos
arquitectónicos similares a los que podemos encontrar en la pintura pompeyana.
LOS DIOSES
Qasr el Bint era el templo del dios principal de Petra, Dusares, que estaba
acompañado por Al-Uzza, venerada en el templo del león alado,
en la cúspide del panteón. Dusares es el nombre nabateo de un
dios edomita, Dhu-esh- Shera, el señor de Shera o de Seir, nombre que
se da en la Biblia a las tierras de Petra. Estaba simbolizado por un bloque
de piedra, un betilo, que era al tiempo la morada del dios. Las tribus nómadas
cananeas y árabes sacrificaban animales ante grandes rocas erguidas,
preferentemente en lugares altos, y derramaban la sangre de las víctimas
sobre la misma piedra o en pequeños hoyos junto a esta. Hay un buen número
de betilos grabados en la pared y erigidos en lugares que parecen santuarios.
El mejor ejemplo son los dos obeliscos que se encuentran en la llamada colina
Attuf, a los que se llega por un camino tallado en la roca, alegrado con el
bonito relieve de un león cuya boca es una fuente. Estos dos obeliscos
no han sido llevados hasta allí de una cantera sino que son fruto del
rebajamiento completo de la cima hasta darles una altura de 6 metros. Representan
seguramente a Dusares y Al-Uzza, simbolizando una dualidad que los estudiosos
de la religión asocian con la fertilidad. De hecho Al-Uzza, diosa de
la luna, era invocada por la población como guardiana de la prosperidad
y la fertilidad.
De otros dioses se conoce poco más
que el nombre: Qaus, Habalu; un protector de los viajeros y las caravanas, She'a-alqum,
y Manathu, especie de genio local protector de la ciudad.
En cuanto
a los sagrados lugares altos hay varios en Petra, pero sin duda el más
importante es el Madhbah o Lugar Alto que se encuentra junto a los dos obeliscos
en la colina Attuf. Situado en un amplio espacio alisado, tiene una mesa de
ofrendas y un altar en el que debieron celebrarse sacrificios tal vez cruentos.
Una pequeña cisterna muy próxima serviría para guardar
el agua necesaria en las ceremonias. Los sacrificios en ocasiones debieron
ser humanos, como lo prueba una inscripción nabatea hallada en Hegra.
En ella "Abd Wadd, sacerdote de Wadd, y su hijo Salim, y Zayd Wadd consagran
al joven Salim para ser inmolado a Dhu-Gabat".
Si las últimas
opiniones de los arqueólogos son ciertas hay en Petra otro santuario
en un lugar elevado, pero en este caso cubierto a diferencia de los anteriores.
Es el llamado Deir o Monasterio, en la cima de la colina del mismo nombre,
a la que se llega por una vía procesional. El Triclinio del león,
un edificio con dos leones tallados a ambos lados de la puerta y fechado en
los primeros años del período romano, y alguna tumba que otra
delimitan esta vía, jalonada con betilos y nichos con representaciones
del dios-roca, que se va estrechando progresivamente hasta mostrar al caminante
una gigantesca fachada de 45 metros de alto por 47 de ancho. Estilísticamente
es una evolución del Khasneh, con su tholos flanqueado por ángulos
de frontón y rematado por una urna, pero el arquitecto prescindió
del pórtico y de toda la decoración. Los muros están
completamente desnudos, lo que permite apreciar mejor la imponente apariencia
del edificio. La sobriedad es máxima.
El papel de los dioses no termina en los templos, los lugares elevados y los
sacrificios. Las costumbres funerarias seguían un estricto ritual en
el que el difunto y su tumba eran consagrados a algún dios, generalmente
a Dusares, y puesto bajo su protección. " Esta tumba y las cámaras
grande y pequeña del interior, y los sepulcros, (...) y el resto (...)
son consagrada e inviolable propiedad de Dusares, el dios de nuestro Señor,
y su sagrado trono..." asegura una inscripción hallada en la tumba
Turkamaniya.
Durante
los años de dominio romano Petra mantuvo su prestigio en Oriente y
atrajo gentes de todos los lugares, como lo muestra una gran casa de estilo
romano encontrada en el centro de la ciudad. El propio Adriano estuvo aquí
en 130 d.C. y se acuñó una medalla conmemorando el hecho. Y
también quedan tumbas de esa época, aparte de la ya mencionada
de Sexto Florentino. La del soldado romano, un lujoso complejo, está
compuesta por la tumba propiamente dicha, con un frontón clásico
sobre una fachada de templo dístilo in antis, y un triclinio situado
enfrente con un interior magníficamente esculpido, unidos ambos por
un patio porticado del que no quedan sino pobres restos.
EL DECLIVE
Al inicio del siglo III d.C. la ciudad mantenía un importante nivel de
prosperidad. Hacia 220 el emperador Heliogábalo la elevó al rango
colonial, pero curiosamente con el fin del siglo se detecta un abandono progresivo
de viviendas en los suburbios. Durante el siglo IV se puede constatar alguna
relevancia de Petra, pero hay un dato que indica cómo los nabateos habían
dejado de controlar el comercio y consecuentemente habían perdido gran
parte de sus ingresos: las tropas de la IV legión Martia fueron enviadas
a vigilar las rutas caravaneras de la provincia de Arabia, sustituyendo a las
gentes de Petra que venían haciendo ésta labor en los últimos
siglos. Para colmo de males el año 363 d.C. hubo un fuerte terremoto.
La calle porticada y los grandes templos, así como muchas viviendas del
área central de la ciudad quedaron completamente destruidas. A esas alturas
Petra no tenía riqueza ni poder suficiente para emprender una reconstrucción
en toda regla. Las columnas de los edificios más importantes nunca fueron
puestas en pie y la ciudad debió quedar reducida a pequeños núcleos
donde se concentró una población cada vez más escasa.
Con el inicio del Imperio
Bizantino se establece aquí una sede obispal y en los primeros años
del siglo V es nombrada capital de la provincia Palestina Tertia. Pero esto
no debió significar gran cosa, pues durante ese tiempo no se registra
ninguna actividad constructiva de importancia, ni siquiera a la hora de edificar
iglesias acordes con la nueva dignidad episcopal. Ya hemos visto como, cuando
el obispo Jasón necesita una catedral, reutilizan una vieja tumba nabatea.
Muchos otros edificios, como el Deir, son consagrados al cristianismo. Además,
las casas más grandes se dividen en varias pequeñas al quedar
deshabitadas, y las murallas bizantinas están muy dentro del recinto
que marcaban las de tiempos anteriores. Hacia la mitad del siglo VI el silencio
se cierne sobre Petra y desaparece de la historia. Los cruzados visitaron la
zona y establecieron una fortaleza en la cumbre de el-Habis, aunque no hay ninguna
noticia de la época respecto a la ciudad. En el transcurso de los siglos
solo un cronista egipcio, Numairi, habla de Petra y sus alrededores al narrar
una expedición del sultán Baibar de Egipto en 1276 a Kerak (Jordania)
para sofocar una sublevación.
Cuando en 1819 Charles Irby y James Mangles solicitaron en Estambul un permiso
para visitar Kerak y Petra, el gobierno turco les contestó que " no
se conocían tales lugares en los dominios del Gran Señor ".
Habían ido hasta allí incitados por los relatos, llegados a Europa
unos años antes, de los viajes de un joven, el suizo John Burckhardt,
un emprendedor muchacho que corrió una de las más fantásticas
aventuras del siglo pasado. En 1809, viajando de Alepo a El Cairo haciéndose
pasar por musulmán, oyó hablar de una maravillosa ciudad escondida
entre impenetrables montañas. Pese a los recelos de los beduinos, y con
la excusa de hacer un sacrificio en la tumba de Aarón, que se hallaba
en las inmediaciones, cruzó el Siq y llegó al corazón de
la ciudad el dia 22 de Agosto de 1812. Solo estuvo unos momentos allí,
pero le bastaron para tomar unas notas y darse cuenta que estaba ante las ruinas
de la Petra de los autores antiguos. Algunos años más tarde, siguiendo
las memorias de sus viajes, varios geógrafos y viajeros, como los citados
Irby y Mangles, los franceses León de Laborde y Linant, el reverendo
Robinson y los ingleses David Roberts y Henry Layard, habían visitado
la ciudad o estaban preparándose para ello. Todos tuvieron que sortear
las dificultades que les ponían los beduinos, pero fueron abriendo el
camino al conocimiento y estudio de ésta ciudad única y misteriosa,
sumergida en la leyenda durante siglos.
Jesús Sánchez Jaén
BIBLIOGRAFIA
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vol. II. Viena, 1907.
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-
ZAYADINE, F.: Studies in the History and
Archeology of Jordan, vol. II. Londres, 1985
Artículo
publicado en Historia 16, 183, Madrid, 1991, pp. 102-109.
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