La tarde
va pasando lentamente, mientras una suave brisa fluye desde el río y
acompaña a la dorada luz que tiñe la copa de los muchos árboles
que pueblan los jardines de la ciudad. Cúpulas y minaretes reflejan
en sus baldosines azul y oro los rayos del sol, que desciende poco a poco tras
la mezquita de Bibi-Janum. Desde un balcón privilegiado, la colina Afrasiab(1),
un hombre ya maduro, con el pelo y la barba teñidos de gris por los
años, contempla el magnífico espectáculo. Es primavera
y los jardines muestran toda su hermosura. Tiene en sus manos un viejo libro,
bien guarnecido con cuero lévemente repujado, que lee con interés.
El libro está iluminado con miniaturas persas y lleva numerosas anotaciones
en los márgenes, acompañando a las bellas poesías que
contiene. Son las famosas Ruba'iyyat de Omar Jayyam, filósofo, astrónomo
y poeta persa que vivió a caballo de los siglos XI y XII. Su momentáneo
poseedor no puede ocultar un gesto de aprobación cuando levanta su mirada
tras leer los primeros versos:
"
Samarcanda, el más bello rostro que la Tierra volvió jamás
hacia el sol."
La primera mitad del siglo XV está llegando a su fin, y quizá
ahora, con las edificaciones que la dinastía timúrida ha levantado
a lo largo de tres reinados, la frase sea más verdad que nunca. En efecto,
desde la llegada al poder de Timur Lang, hasta el final del reinado de su nieto,
el prestigioso astrónomo Ulug Beg, Samarcanda ha vuelto a ser la brillante
capital que fue en época de Omar Jayyam, enriquecida hasta extremos
insospechados por la actividad constructiva del fundador de la dinastía
y sus más directos sucesores.
Samarcanda, la mítica y bella ciudad que cantaron los poetas turcos
y persas en innumerables ocasiones, se remonta hasta más allá
de la memoria de estas duras tierras de Asia Central. En Afrasiab se levantaba
la que los griegos llamaban Maracanda al sur de una vasta región semidesértica,
entre los ríos Amu Daria y Sir Daria, conocida como Sogdiana. Alejandro
llegó a ella en 330 a. C. tras cruzar el Oxus (Amu Daria), e inicialmente
no tuvo problemas para establecer una guarnición en la ciudadela. Incluso
encontró allí una comunidad de origen griego, los Bránquidas,
descendientes de jonios deportados por los persas al interior de Asia. Pero
en 329 a.C., mientras estaba ocupado en fundar, más al norte, en las
orillas del Jaxartes (Sir Daria), la que sería conocida como Alejandría
Ultima (hoy día Chodjend), se iniciaron las revueltas. Los sogdianos,
al mando de un personaje llamado Spitamen, habían tomado la ciudad y
sitiado a la guarnición macedonia. Ello supuso la señal para
un levantamiento generalizado. Un primer intento de liberar la ciudadela de
Maracanda terminó con la completa derrota de un destacamento macedonio.
Arriano nos relata así la reacción de Alejandro:
"Cuando se informó
de esto a Alejandro, estaba muy apenado por el desastre para sus hombres y
decidió marchar a toda velocidad contra Spitamen y las tribus que estaban
con él. Cogió la mitad de la caballería de los Hetairos,
los arqueros y los Agrianos, y, de las falanges, las más ligeras, y
marchó a Maracanda..." (Arr.,4,6,3)
Los historiadores cuentan la proeza de las tropas griegas, que recorrieron
más de doscientos kilómetros en tres días, presentándose
el cuarto a las puertas de la ciudad. Sin embargo, para entonces Spitamen había
huido. En la campaña del año siguiente Spitamen sería
vencido, aunque no sin dificultad, y asesinado por sus mercenarios masagetas,
que querían hacer la paz con el gran rey. Fue el enemigo más
duro que había tenido hasta ese momento Alejandro. Tras
la pacificación de la región, que conllevó un tratado
con el reino de Jorasmia, la actual Khiva, se creó la satrapía
de Sogdiana o Transoxiana, como se llamaría más tarde, con capital
en Maracanda, donde se establecería el nuevo sátrapa, Cleito,
el amigo de la infancia de Filipo, padre de Alejandro.
Algunos
autores clásicos sitúan aquí uno de los hechos más
sombríos de la vida del rey macedonio. En uno de los múltiples
banquetes que los griegos celebraban, Alejandro, "...mareado por la
abundancia de vino,(...) comenzó a despreciar los hechos de Filipo y
a jactarse de que la famosa victoria de Queronea había sido obra suya"
(Curt.8,1,20). Enfurecido por la réplica de Cleito y cegado de ira y
vino, arrebató una lanza a un soldado de la guardia y atravesó
con ella el pecho del que había sido durante años su protector.
En 327 a.C., en el curso de la conquista de algunas fortalezas que no habían
sido sometidas en Sogdiana, Alejandro tomó la Roca Sogdiana donde
resistía Oxiartes, un príncipe local, con cuya hija, Roxana,
se casó el rey para sellar una alianza definitiva con todos los grandes
señores de la región. Las noticias que, por aquellos días,
llegaban al mediterráneo de Maracanda hablaban de una "maravillosa
ciudad y bien defendida" cifrándose incluso su perímetro
amurallado en unos 70 estadios.
En
el transcurso de los siglos II al IV d.C. la ciudad debió
pasar por diversos
avatares, que llevaron al progresivo abandono de la colina y a la construcción
de pequeños núcleos de casas fortificadas en los alrededores,
desapareciendo su nombre de los documentos de la época. Pero en el
siglo V, las crónicas chinas hacen referencia de nuevo a Samarcanda,
quizá coincidiendo con una revitalización de la Ruta de la
Seda. Las murallas antiguas fueron reconstruidas y la ciudad creció,
hasta extenderse fuera de Afrasiab en el siglo VI. En las excavaciones de
la colina han salido a la luz importantes restos de un palacio del siglo
VII, que muestran el esplendor de la corte sogdiana de aquellos días.
Las ricas pinturas de los muros de lo que debió ser un salón
de recepciones representan todo el ceremonial que acompañaba la llegada
de embajadores.
En 712 los árabes tomaron la ciudad y levantaron las primeras mezquitas,
y desde entonces hasta el siglo X, el centro urbano fue desplazándose
progresivamente a la zona baja que hoy ocupa la mezquita Bibi Janum, en torno
a la que se fueron instalando comerciantes y artesanos. En aquellos años
las mercancías afluían en gran número a sus mercados a
través de la Ruta de la Seda, y la producción de cerámica
vidriada alcanzó un nivel destacado.
Esta
Samarcanda es la que conoció Omar Jayyam en su juventud, cuando,
entre ilusionado y temeroso, por no desairar al cadí de la ciudad,
aceptó de sus manos un libro de blanquísimas hojas de papel
chino, sin duda un importante regalo para un escritor a fines del siglo
XI; libro que, con el paso de los años, Omar llenaría con
bellas ruba'iyyat, convirtiéndolo en una de las joyas de la literatura
persa, y que en nuestros tiempos ha inspirado obras de la calidad de la
novela Samarcanda, del libanés Amin Maalouf. Lamentablemente, este
esplendor no duraría mucho. Los inicios del siglo XIII fueron especialmente
violentos, presagiando los años que seguirían. Conjuras palaciegas
y gobernantes corruptos debilitaron la ciudad de tal forma que, cuando en
1220 Genghis Kan la asedió, solo pudo resistir una pequeña
guarnición, a la postre también derrotada. El Kan mongol incendio
Samarcanda, y la destrucción fue tan importante que, cuando un siglo
más tarde Ibn
Batuta visitó el lugar, aún eran visibles las huellas
de las terribles hordas:
"Bordean también
el río grandes alcázares y edificios que revelan un refinado
gusto. Muchos de ellos están en ruinas y buena parte de la ciudad ha
sido arrasada: no tiene ni puertas y los huertos están en su interior."
La antigua grandeza de " una de las ciudades mayores, más hermosas
y espléndidas del mundo ", como la llama el famoso viajero
magrebí, había quedado prácticamente en la leyenda.
- Tamerlán.
Sin
embargo, hacia 1360, aparecerá en la tumultuosa escena política
de Asia Central un personaje que engrandecería Samarcanda hasta límites
insospechados, haciéndola capital de un imperio y residencia de una
corte fastuosa. Se llamaba Amir Timur, apodado Lenk (el cojo), más
conocido en occidente por Tamerlán. En pocos años, presentándose
ante el mundo como continuador de la obra de Genghis Kan, extendió
sus dominios hasta las puertas de Asia Menor, haciéndose tan célebre,
y temido a la vez, que eran muchos los monarcas que le rendían pleitesía
o le enviaban sus embajadas. Uno de ellos fue Enrique III de Castilla, quien
envió una delegación presidida por el madrileño Rui
González de Clavijo.
Clavijo llegó a Samarcanda en 1404, poco tiempo antes de la muerte de
Timur, pero en los casi tres meses que pasó allí tuvo oportunidad
de conocer ampliamente la ciudad y todo lo concerniente a su anfitrión.
Sus experiencias y observaciones han llegado hasta nosotros en un diario que
el embajador castellano escribió, detallando cuidadosamente todo su
viaje. Su comitiva fue hospedada en uno de los numerosos jardines que rodeaban
la ciudad, a la espera de ser recibida por Tamerlán, y tuvo oportunidad
de contemplar la curiosa forma de vida que llevaban el gran Kan y su corte.
Conservando el carácter nómada de sus antepasados, Tamerlán
había creado unos exhuberantes jardines, mezclados con huertas repletas
de árboles frutales y viñas, en los que vivía en tiendas
y pabellones, trasladándose periódicamente de uno a otro. Nunca
llegó a tener un palacio en la ciudad, aunque sí a varios Km.
de ella, en un lugar llamado Shakhrisabz.

Tamerlán
recibió a la embajada castellana por primera vez en un jardín
llamado Dilkusha ( sosiego ) con "muchas tiendas armadas de paños
de seda e de otras maneras". El lugar estaba unido a la puerta turquesa
de la ciudad por un camino bordeado de álamos blancos y no era el único
con un nombre poético. La «Pintura del mundo», el
«Jardín del paraíso» o la «Pradera de la
piscina profunda» eran algunos de los jardines, construidos en torno
a un eje central, el pabellón o grupo de tiendas en que se albergaba
el gran señor, del que partían caminos pavimentados con cerámica
y bordeados por viñas y árboles diferentes, que conseguían
dulcificar el árido clima de Asia Central. Una importante trama de canales
(ariqs), llevaba el agua del río Zarafshan, que atraviesa la ciudad,
a los puntos más alejados, asegurando la existencia de flores frescas
casi todo el año. Jazmines blancos y amarillos, rosas, narcisos, margaritas,
anémonas, violetas y un sin fin de árboles frutales debían
hacer de aquellos lugares un verdadero paraíso. "Los ciudadanos,
ricos y pobres, iban a pasear a ellos cuando Timur marchaba a la guerra, y
no encontraban nada más maravillosos ni más bonito que aquello,
y no había ningún lugar de descanso más agradable y seguro;
y sus dulcísimas frutas eran para todos" cuenta Ahmehd ibn
Arabshah, un historiador árabe.

En el tiempo que duró su estancia en Samarcanda, Clavijo
tuvo ocasión de contemplar las numerosas obras arquitectónicas
emprendidas por Timur para engrandecerla. Asistió a una celebración
en recuerdo de un nieto del Kan, muerto en Turquía, en el magnífico
mausoleo que este mandó levantar en su honor, el complejo Gur-i-Emir,
con una mezquita "quadrada e muy alta, e que asy enella avia de
fuera commo de dentro muchas pinturas fechas de oro e de azul e de azulejos
e de gesería". Recorrió la avenida de los mercaderes,
una amplia calle que cruzaba la ciudad de este a oeste, siguiendo la ruta
de las caravanas de Bukhara a Ferghana, y que Tamerlán hizo construir
en 20 días, para crear una zona donde se establecieron los mercados.
Y contempló asombrado como el gran señor seguía a pie
de obra la reedificación de la mezquita Bibi-Janum "la mas
onrada que enla çiudad avia", derribada por orden suya,
un poco antes de estar terminada, porque no alcanzaba las grandiosas proporciones
que él deseaba.
Tamerlán había convertido Samarcanda en el centro de un gran
territorio y quería que fuese reflejo de su inmenso poder. Para ello
había triado artesanos, pintores, arquitectos, escultores, de todos
sus dominios, y los había consagrado a embellecer la ciudad. El respaldo
económico para todo ello estaba bien consolidado. Junto a los espléndidos
botines procedentes de las guerras, estaban los impuestos que se cobraban a
las caravanas de la Ruta de la Seda, una fuente permanente de ingresos. Y para
fomentar las obras de carácter público y religioso (baños,
madrasas, bibliotecas, caravanserais, hospicios,...) el emperador propició
la creación de vaqf, fundaciones que agrupaban a las clases
pudientes del imperio (aristocracia militar, ulemas, comerciantes), con la
misión de mantener aquellos edificios que se levantaban, probablemente
a cambio de concesiones especiales.
El embajador castellano pudo observar el modo de vida de las gentes de Samarcanda,
dedicados al pastoreo, a la agricultura en las innumerables huertas que rodeaban
la ciudad, bien regadas por una completísima red de canales; a la fabricación
de objetos de vidrio, cerámica, platería; al comercio, y a la
elaboración de vino, ya que, aún siendo mayoritariamente musulmanes,
Tamerlán había implantado la yasa, la ley mongola, lo
que le ocasionó numerosos incidentes con los jerarcas sufíes.
Quizá lo que más llamó la atención de Clavijo fue
la abundancia de productos de todo tipo en los bazares: " E es tierra
muy avastada de todas cosas, asy de pan commo de vino e carne e frutas, aves;
e los carneros son muy grandes. (...) E destos carneros ay tantos e tan de
mercado que (...) valía el par dellos un ducado; (...) e de pan cocido
ay tan grande mercado que non puede ser más; e de arros ay tanto que
es infinito; e tan gruesa e abastada es esta çiudat, que es maravilla".
Sin duda Samarcanda, cuya población cifra Clavijo en 150.000 habitantes,
eran una gran ciudad, sin igual entre las que él conocía en el
occidente europeo.
Tamerlán murió poco después de que Clavijo emprendiera
el regreso y le sucedió su hijo Shah-Rukh.
-
La ciudad del siglo XV.
Estamos
en 1430 y reina el hijo de este, Ulug Beg, el astrónomo, digno continuador
de la tarea de su abuelo. Ha reunido en torno a sí un importante grupo
de hombres de ciencia: matemáticos, astrónomos, poetas, filósofos,
que han sido sus maestros y le han ayudado en sus investigaciones.
Nuestro hombre, el admirador de Omar Jayyam, recuerda cómo él
mismo ha ayudado a su señor en el estudio y observación del firmamento,
cómo cada noche se acercan al magnífico observatorio, donde Ulug
Beg ha construido un gigantesco cuadrante solar, para calcular la duración
del año con el máximo detalle, y se siente orgulloso de la ciudad
en la que vive, aunque los ulemas vociferen contra sus estudios en los patios
de las mezquitas y enrarezcan la pacífica vida de Samarcanda. Desde
la colina donde se ha sentado a leer vuelve su mirada hacia el este y contempla
la monumental entrada con que Ulug Beg ha rematado el santuario Shah-i-Sindah
(2).
Con frecuencia se acerca hasta allí a orar en la pequeña mezquita,
ante la tumba de Qusam-Ibn Abbas, un tío del profeta, y pasea entre
los mausoleos de Tuman-Aqa, esposa de Timur, del jefe de los astrónomos
de Ulug-Beg, y de otros personajes importantes. Todo ello forma un conjunto
excepcional que aglutina obras anteriores a Tamerlán y todo un muestrario
de la evolución de la arquitectura timúrida.
La
hora de la última oración de la tarde se aproxima y nuestro
personaje desciende camino de la cercana mezquita Bibi-Janum (3),
en la que Tamerlán quiso mostrar al mundo su inmenso poder. Un elevadísimo
pistaq enmarca el arco de entrada, que se abre a una gran sala
con 480 columnas de mármol traídas del Indostán a lomos
de elefantes. Al fondo un iván, o capilla, rematado por una hermosa
cúpula azul, y decorado con líneas que se entrecruzan hasta
el infinito, hechas con baldosines de colores, rodea el mihrab. Otros dos
ivanes se sitúan a los lados norte y sur de la gran sala. En los
minaretes que se elevan sobre las esquinas del muro exterior se puede leer:
"Nuestras obras os hablarán de nosotros ". Su
altura y la de las cúpulas es tal que se ven a bastantes kilómetros
de la ciudad. Justo al otro lado de la calle están el mausoleo y
la medersa de Sarai Mulk Chanyn (4),
otra de las mujeres de Tamerlán, de proporciones más discretas.
Cuando
está ante la mezquita, el astrónomo ve que aún es temprano,
y decide llegar hasta la tumba de Tamerlán para orar. Sigue la gran
avenida que éste construyó para situar a todos los mercaderes
y vendedores, transitada a estas horas sólo por las caravanas que
acaban de entrar en Samarcanda y se dirigen a la plaza del Registán
a descargar sus productos y buscar alojamiento en el caravanserai. El lado
oeste de la plaza lo cierra la madrasa que Ulug Beg (5)
ha mandado construir para sede de su universidad, Un pistaq de
casi 35 metros de altura, ricamente decorado con azulejos pintados, abraza
una hermosa entrada con incrustaciones de mármol y cerámica.
Por ella se accede al iván principal, y desde éste unos corredores
en forma de L desembocan en un patio cuadrado. Al fondo, una pequeña
mezquita, y a los lados, cincuenta habitaciones para los estudiantes.Cuatro
torres rematadas con mocárabes se hierguen en cada esquina del muro
de ladrillo, bellamente decorado con azulejos, que envuelve el recinto.
La madrasa, que no tiene igual en todo el reino, sigue las pautas de la
mezquita de Bibi-Janum, tanto en decoración como en estructura, dignas
representantes de lo que se conocerá como estilo de los primeros
timúridas. En ella enseñan todos maestros que el Kan ha atraído
a su ciudad, convirtiéndola así en un foco de ciencia en oriente.
Desde aquí acompañamos al astrónomo por otra gran calle
bordeada de moreras y álamos blancos, que le lleva ante el conjunto
Gur-i-Emir (6).
Atraviesa el precioso portal con que un arquitecto de Ispahan ha cerrado el
recinto por orden de Ulug Beg, y sus pies cruzan un silencioso patio. El arquitecto
persa ha cubierto todo el pórtico con un delicado mosaico de motivos
vegetales, e incluso ha dejado su nombre en una cartela sobre la puerta. Las
generaciones posteriores podrán recordar a quien introdujo la decoración
más puramente persa en el arte timúrida. Frente al pórtico
se levanta el panteón de la dinastía. Es la mezquita cuadrada
que vio Clavijo en 1404, mandada construir por Tamerlán para enterrar
a su nieto preferido, Muhamed-i Sultán, en la que posteriormente han
ido siendo inhumados él mismo, sus hijos Miranshah y Shah Rukh, Pir
Muhammad, otro nieto, y Sayyid Barakah, el guía espiritual de Tamerlán.
Ulug Beg ha ampliado el conjunto, que ya contaba con una pequeña madrasa,
y será el último timúrida enterrado allí. El mausoleo
es en realidad un edificio cuadrangular exquisitamente decorado en el interior.
Pequeñas piezas hexagonales de ónice y de azulejos componen mosaicos
en todos los muros y capillas. Una inscripción de letras de oro sobre
jaspe verde culmina estos mosaicos. El
octógono que sirve para pasar del cuadrado a la cúpula, y ésta
misma, están recubiertos de mocárabes de papel maché dorado
y formas vegetales del mismo material. Ni siquiera las ventanas y puertas están
sin decorar, pues la madera ha sido minuciosamente tallada, en el mismo estilo
que las columnas y puertas de muchas casas principales de la ciudad, y se han
colocado finas celosías que proporcionan una tenue y cálida luz.

Al
exterior la cúpula atrae todas las miradas. La forman multitud de gajos
o nervios, recubiertos de pequeños azulejos. Bajo ella una inscripción
cúfica recorre el tambor repitiendo, en letras negras y blancas, "Dios
es eterno". Destaca por todos lados el color azul, al que los turcomanos
atribuyen propiedades mágicas. El astrónomo admirador de Omar
Jayyam siempre ha pensado que es la mejor obra del arte timúrida.
Cuando termina sus plegarias encamina sus pasos al barrio de los orfebres,
cerca del cual vive. Deja atrás el Ruhabad (7),
o morada del alma, un sencillo santuario casi desprovisto de decoración.
Para entonces el sol prácticamente ha desaparecido. Sus últimas
luces han pintado de tonos rojos las torres y cúpulas de Samarcanda.
Los siguientes gobernantes timúridas embellecerán la ciudad con
nuevas obras, aunque ninguna alcanzará el esplendor de las anteriores,
salvo, quizá, el mausoleo Ishrat Khaneh (8),
destinado a las esposas de los kanes desde 1464. Se encuentra situado en el
exterior del recinto amurallado y tiene una estructura similar al edificio
central del conjunto Gur-i-Emir, cuadrangular y rematado por una gran cúpula.
Desgraciadamente ha sido uno de los más afectados por los movimientos
sísmicos que se dan en la zona, y se encuentra en ruinas casi en su
totalidad.
Por
otra parte, la plaza del Registán atraerá la atención,
en el siglo XVII, de Yolangtush Bahadur, apodado el pequeño Tamerlán,
quién, en 1619, queriendo emular a sus ilustres antepasados, mandó
construir frente a la madrasa de Ulug-Beg una réplica casi exacta,
la madrasa Sir-Dor (engendrador de leones) (9),
aportando únicamente algunos motivos decorativos, como los tigres
y soles del pistaq, de clara influencia oriental; y en 1646 sustituirá
el caravanserai que cerraba la plaza en su lado norte por la madrasa-aljama
Tilya-Kari (10),
repitiendo esquemas y decoraciones timúridas, y reformando de esta
manera todo el conjunto de manera definitiva.
El paso del tiempo no ha respetado todos estos edificios y, pese a los esfuerzos
de los restauradores soviéticos, ni la mezquita Bibi-Janum ni el
complejo Gur-i-Emir pueden contemplarse hoy en toda su extensión.
Sin embargo aún se aprecian la esbeltez de proporciones y la riqueza
decorativa que asombraron a Clavijo hace casi seiscientos años.

Para
saber más
*
Libros:
-
ARRIANO.: Anábasis de Alejandro.
- BRENTJES, B.: Mittelasien. Kunst des Islam. Leipzig, 1979.
- BULATOVA, V. y SHISHKINA, G.: Samarkand, a museum in the open.
Tashkent, 1986.
- GOLOMBEK, L. y WILBER, D.: The Timurid architectur of Iran and Turan.
New Jersey, 1988.
- LOPEZ ESTRADA, F.: Rui Gonzalez de Clavijo. Embajada a Tamorlán.
Madrid, 1943.
- MAYNIHAN, E.: Paradise as a garden. In Persia and Mughal India.
Londres, 1980.
- WOODCOCK, G.: The greeks in India. Londres, 1966.
- MAALOUF, AMIN.: Samarcanda. Madrid, 1989.