Un vuelo directo
desde Madrid nos lleva a Dubrovnik. En el aeropuerto nos recoge
un microbús hasta el hotel. La persona que nos ha ido a buscar
y que pertenece a la organización, nos comunica que antes
de cenar se ha convocado un encuentro con la jefa de expedición,
madame Capitain –apellido por otra parte bastante adecuado-
y con el resto de viajeros. Después de ducharnos y cambiarnos
de ropa, nos reunimos en uno de los salones del hotel. Los organizadores
nos obsequian con un coctel de bienvenida que nos brinda la oportunidad
de presentarnos unos a otros. Todos los allí reunidos son
de nacionalidad francesa, empleados de la Poste Francesa, todos
menos cuatro españoles: Enrique, Blanca, Ricardo y yo. Nuestros
compañeros de viaje nos reciben con calor y amabilidad. Pienso
que tengo mucha suerte de entender y hablar francés, el guía
lo va a ser en ese idioma, por lo tanto voy a tener oportunidad
de practicarlo. Madame Capitain, comenta con detalle el programa
de excursiones y advierte que no olvidemos el pasaporte para la
excursión del día siguiente, ya que Montenegro no
pertenece a la Comunidad Europea.
PRIMER DIA : MONTENEGRO
Partimos del hotel a las seis y media de la mañana. Dentro
del bus se presenta Alberto, que va a ser nuestro guía durante
todo el viaje, un joven croata de unos treinta tantos años
dirigiéndose en francés con marcado acento eslavo.
Hasta llegar a la frontera nos va explicando la historia de Croacia
desde sus orígenes hasta nuestros días.
En la frontera la policía nos retiene más de media
hora examinando minuciosamente cada pasaporte, algo que impacienta
a más de uno. Cuando despierta ya del todo, me pongo a contemplar
el paisaje a través de la ventanilla, quedo deslumbrada ante
su belleza. Bajo un intenso cielo azul, las montañas descienden
en picado hasta un mar esmeralda. Esas montañas, altas, escarpadas,
están cubiertas de densa vegetación mediterránea.
Inmensos bosques de pinos y sabinares, se suceden unos a otros.
Me llaman especialmente la atención los bosques de cipreses
que emergen de los valles como apretadas agujas. Un paisaje propio
de dioses del Olimpo.

Hacemos una
parada en la pequeña población pesquera de Perast
y embarcamos en un “petit bateau” que nos lleva a la
isla de Nuestra Señora de la Roca. La isla es eso, una roca
que alberga un santuario a la Virgen, muy venerada por los pescadores
de la zona. No tiene ningún interés salvo su situación
y el puramente paisajístico, lo que nos sirve de pretexto
para comenzar a tirar fotos. Abandonamos Perast y tomamos una carretera
hacía el interior. No tardamos en llegar a Kótor,
antigua capital del antiguo reino de Montenegro, “país
de opereta” como lo suele llamar un amigo.
La ciudad de
Kótor se encuentra dentro de una espectacular muralla, perfectamente
conservada, y rodeada por un foso igualmente espectacular. Entramos
en la ciudad por la puerta principal de la muralla que accede a
una plaza rodeada de severos edificios de corte militar. En la fachada
de uno de ellos, sobresale una placa de mármol dedicada al
mariscal Tito, liberador de ciudad
durante
la Segunda Guerra Mundial. Recorremos las estrechas y tortuosas
calles en compañía de la guía local, una joven
montenegrina, que nos muestra las fachadas de palacios de la nobleza
de los siglos XIV y XV, el interior de la catedral y las pequeñas
iglesias ortodoxas con sus inconfundibles iconos. La guía
nos explica que la muralla muchos edificios y la catedral fueron
restaurados después de la última guerra.
Antes de desplazarnos de nuevo
a la zona costera donde la organización ha contratado el
restaurante para el almuerzo, los españoles nos separamos
del grupo y nos vamos a tomar unas jarras de cerveza en la terraza
de uno de los cafés de la plaza. La cerveza es de buena calidad
y nos sabe a gloria, pues hace ya a esas horas un calor mas que
respetable, sorprendiéndonos gratamente su precio, alrededor
de dos euros.
Después de almorzar regresamos de nuevo a Kótor para
recorrer su calles más tranquilamente o tomar un café.
Kótor es una ciudad eminentemente turística; así
lo denotan los numerosos restaurantes, bares y tiendas de souvenirs.
Te haces una idea de lo pequeño que es Montenegro por la
rapidez que te trasladas de un lugar a otro, pero lo que más
impresión me ha hecho de este diminuto país, es sin
lugar a dudas la grandiosidad de su paisaje.
SEGUNDO DIA, DUBROVNIK
A las diez y media de la mañana, al pie de la muralla y antes
de iniciar su ascenso, hace ya un calor insoportable, sensación
térmica potenciada por la humedad del mar. Unos minutos antes
habíamos entrado por la puerta principal de la ciudadela,
llamada de Pile, con su puente levadizo y la imagen de San Blas,
patrón de la ciudad protegido, en un nicho sobre la puerta.
Una
vez arriba de la muralla nos espera un paseo de dos kilómetros
incluidas sus torres. Desde allí se domina toda la ciudad,
desde los tejados, las cúpulas de las iglesias, las calles,
el puerto pequeño y la vecina y deshabitada isla de Lokrum,
lo que te permite disparar fotos a placer. No deja de llamarme la
atención los resplandecientes tejados y la limpieza de las
fachadas de los edificios. Ante mi comentario, Alberto dice que
la Dubrovnik devastada por la guerra, fue totalmente reconstruida
con capital del Vaticano. Conviene aclarar que mientras Montenegro
es cristiana ortodoxa, Croacia católica papista.
Al descender de la muralla
y desembocando en la parte Occidental de la ciudad, nos encontramos
con la gran fuente de Onofrío del siglo XV, de curiosa forma
octogonal. La fuente de Onofrío es también lugar de
encuentro; a las doce de la mañana alrededor de ella se ven
cientos de turistas, a pesar de que aun estamos a mediados de junio.
¿Cómo estará esto en agosto?
Hacemos un alto para tomar una cerveza y almorzar en un restaurante
que se encuentra frente la fuente y donde nos han reservado mesas.
Madame Capitain y su marido nos invitan a sentarnos a la suya, se
conoce que quieren que practiquemos francés con ellos, aunque
también ellos chapurrean algo de español. Mientras
degustamos un delicioso pescado, regado con buen vino blanco de
la región, comentamos pequeñas anécdotas del
viaje y hasta hacemos algún chiste que otro.
A las dos de la tarde Alberto nos anuncia que hay que continuar
con la visita. No apetece mucho salir al exterior, en plena digestión
y con el calor sofocante esperándonos agazapado en las calles
de Dubrovnik, pero no hay más remedio que hacer de tripas
corazón si quieres verlo todo medianamente bien.
Por la calle de Stradum, principal arteria de la ciudad medieval,
repleta de restaurantes y comercios, llegamos a la plaza de Luza.
Alrededor de esa plaza se concentran los edificios seculares más
importantes: el Palacio del Rector de estilo gótico Renacentista,
y el Palacio Sponza. Ambas edificaciones datan del siglo XV. Esa
plaza y sobre todo la logia del Palacio Sponza me recuerdan a Italia.
Alberto explica que en esa época Dubrovnik estuvo bajo el
dominio de la República de Venecia.

Visitamos la iglesia de San Blas, donde
se venera el cráneo y una tibia del santo, protegidos en
ricos relicarios de oro y plata, y la catedral de la Asunción
de interior barroco. Al salir, aprovechamos la escalinata para hacer
la tradicional foto de grupo, aunque donde la gente tira más
de carrete es junto a la estatua de Orlando, símbolo de la
libertad e independencia de Dubrovnik.
Por último entramos en el museo del Memorial de los Defensores,
donde contemplamos fotografías de Dubrovnik devastada e incendiada
y de las personas que cayeron en la última guerra, defendiendo
la ciudad. Observo sobrecogida que muchos de ellos son muy jóvenes,
casi adolescentes. Le pregunto a Alberto el por qué del ataque
de Montenegro sin previo aviso. Me contesta con vaguedades, alegando
que en una contienda todo el mundo es malo. Le comprendo. La guerra
de los Balcanes terminó hace veinte años y está
ya olvidada o por lo menos parece que se intenta olvidar.
Como colofón de la visita, tomamos un refresco en uno de
los bares fuera de la muralla con unas increíbles vistas
al mar. Seguimos pensando que los precios de las consumiciones son
muy razonables, más o menos como en Madrid, con la ventaja
de que a pesar de que la moneda oficial es la kuna, admiten euros
en todas las partes.
Ya en el hotel y una vez cenados, acudimos a la terraza cafetería
donde hay instalada una gran pantalla de televisión. Esa
noche se enfrentan casualmente España y Croacia, dentro de
la Eurocopa y, naturalmente, “nuestros chicos” no se
lo quieren perder.
TERCER DIA: ISLAS ÉLAPHITES:
KOLOPEC, SIPAC, LOPUD.

Embarcamos en el Puerto Grande
de Dubrovnik en una réplica de galeón del siglo XVI,
construido expresamente para pasear turistas. Cuando entramos en
esa embarcación un tanto hortera, ya esta llena de “guiris”
de todas las nacionalidades. Comprobamos que casi todos los asientos
están ocupados, solo quedan puestos en la bodega interior.
Hace calor ahí dentro, así es que Blanca y yo subimos
al exterior y nos dedicamos a recorrer el barco, de proa a popa
y de babor a estribor para hacer fotos. El“galeón”
navega bordeando la costa con la clara intención de que podamos
admirar la belleza del paisaje. Me llama la atención la ausencia
de urbanizaciones y grandes hoteles, solamente encantadoras villas
de recreo salpican el paisaje dando una nota de color sobre la rica
y variada vegetación.
Desembarcamos en Kolopec. En el puerto visitamos una fortificación
medieval con su torre vigía y luego, aprovechando el tiempo
que nos han dado, recorremos la isla a pie subiendo hasta una colina
coronada por una iglesia medio en ruinas desde donde se puede gozar
de una espléndida vista. Al bajar la colina unas niñas
pequeñas nos ofrecen conchas. Las niñas son tan preciosas
que no puedes evitar comprarles alguna. Parecen sirenitas rubias
con la piel tostada por el sol.
Navegando hacía Lopud almorzamos en el barco pescado asado
a la parrilla. Se trata de un pez humilde pero muy fresco y bien
condimentado. Un conjunto de músicos ameniza el almuerzo,
aunque alguna de esas canciones, en esa ancestral lengua eslava
que es el croata, se me antoja un tanto triste y melancólica.
En Lopud la isla más grande y turística, lugar de
residencia vacacional de la burguesía croata, tenemos la
oportunidad de darnos un baño, recorrer el puerto y descansar
sobre el césped de un curioso parque decimonónico,
e incluso echar un sueño en las horas de mayor calor del
día. En el fondo no hay mucho que ver en esas islas próximas
a Dubrovnik, se trata de un pequeño crucero de placer, prueba
de ello es que Alberto, el guía, no nos acompaña en
esta ocasión.
En el viaje de regreso, nos sentamos junto a Lucie y Michel, una
pareja encantadora del grupo de franceses. Lucie nos dice que madame
Capitain ha reservado entradas en un teatro al aire libre donde
actúa un grupo folklórico.
Llegamos a Dubrovnik al atardecer,
justo con el tiempo de cenar en el hotel y cambiarnos de ropa para
asistir a al espectáculo de danzas y coros autóctonos.
La función me resulta larga y algo monótona, a pesar
de las danzarinas, bellezas locales embutidas dentro de trajes llenos
de riqueza y colorido.
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la entrega 2
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