Desde Wayna Picchu (Monte Joven) veo los picachos de las montañas
azules que se cubren el rostro de un blanco puro y brillante. Abajo
el esplendor de Machu Picchu muestra el poder arquitectónico
del Imperio Inca construido aproximadamente 600 años atrás
y, sólo descubierto por el explorador norteamericano, Hiram
Bigam en la segunda década del siglo XX. Así desde las
alturas de la sierra de los Andes conocí la capital indígena
de América Latina sin un céntimo en mi bolsillo. En
ese instante cumplía el mandamiento inexorable todo ciudadano
suramericano en apreciar la monumentalidad de Machu Picchu-Monte Viejo.
Toqué tierra sagrada de Machu Picchu gracias a la generosidad
del dueño del hotel Hanapacha por mi excelente desempeño
en los oficios varios con respecto al trabajo de la cocina. Había
llegado de Bogotá-Colombia con muy pocos ahorros de mi labor
como vendedor de libros usados en el centro de la ciudad. En la frontera
entre Ecuador y Perú (en Huaquillas) uno amigos de lo ajeno
me dieron mal el cambio de dinero y, como si fuera poco me encimaron
billetes falsos, por lo tanto, perdía más de la mitad
del dinero que me acompaña, con el sobrante alcanzaba para
llegar al Cuzco y sobrevivir un par de días en la absoluta
penuria. En el trayecto al Cuzco a la altura de Nazca conocí
una pareja de artesanos quienes prometieron ayudarme. Así fue.
Viví con ellos en un barrio pobre llamado Picchu donde le colaboraba
en tareas domesticas.
Un sobrino de los artesanos vivía en la población de
Aguas Calientes en el Hotel Hanapacha con su padre; dicho sobrino
me invitó a trabajar en el Hotel con la idea de ahorrar para
devolverme al país y conocer M. P. Al cabo de dos días
estaba en el Hotel con oficios varios entre los cuales se figuran:
lavar platos, sabanas, pisos y en general, todo lo referente al trabajo
de cocina que son eternos; iniciaba a las 7.30 a.m. hasta las 9.30
p.m. bajo los efectos del Pisco Sawer proveído por el pastelero.
Después de 15 días de labor, ¡por fin! La gloria
dorada: Machu Picchu. Ante mis ojos la maravilla construida y labrada
a mano piedra sobre piedra en medio de montañas verdes por
nuestros hermanos los indígenas en lo alto de la Cordillera
de los Andes. La ciudad sagrada de América del Sur; un regalo
de los dioses Incas por mi perseverancia y esfuerzo en el oficio obligado
de todo caminante: lavar platos.
William Fernando
Pino Peña
pinopolis74@yahoo.es
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