CAPÍTULO
I
DE LA CIUDAD DE HERCULANO, LA DE POMPEYA, LA
TEMPESTAD SOBRE SORRENTO Y EL DULCE ATARDECER EN PAESTUM. LLEGADA DE LOS
CANSADOS VIAJEROS A LA POSADA DE REGGIO DI CALABRIA
La ciudad de Herculano, según
el mito, fue fundada por Hércules a su regreso de la península
Ibérica. Estaba rodeada de una muralla entre el Vesuvio y el mar.
La erupción del Vesuvio en el año 79 d.C. la sepultó.
Se ha venido excavando desde el siglo XVIII, y todavía falta por
excavar mas de la mitad, pese a que era una ciudad pequeña. La vimos
con toda tranquilidad. Primero la panorámica general desde arriba,
después las diferentes casas y edificios públicos.
Nos
llamaron la atención las lenguas de lava sólida entrando
por puertas y ventanas, y también las puertas de madera fosilizada
por la lava. Nos detuvimos en muchas de los edificios, como en la Gran
Taberna, la Tienda de las Jarras (cuatro jarras pintadas en la puerta),
la Sede de los Sacerdotes Augustales y sobre todo la Casa de Neptuno y
Anfitrite, cuyo nombre se debe a los espectaculares mosaicos que decoran
su ninfeo. Las calles estaban desiertas como una ciudad fantasma, detenida
en el tiempo. Al final está la antigua playa, todavía húmeda,
aunque ahora dista kilómetros del mar. Sobre ella el corte dado
a las cenizas para descubrirla. A ojo mas de 20 metros de cenizas sobre
la desdichada Herculano.
En
Pompeya, mucho más grande, no estabamos tan solos. Estaba llena
de turistas por todas partes. Se fundó en el siglo VII a.C., por
una civilización mezclada de elementos autóctonos, etruscos
y griegos, y se convirtió en colonia romana en el 80 a.C. Después
de la erupción del Vesubio, la ciudad cayó en el olvido.
Fue descubierta y parcialmente excavada en época de Carlos III de
Borbón, por entonces Rey de Nápoles. Empezamos la visita
por la basílica, el foro, el templo de Júpiter y los Edificios
de la Administración Pública. Los graneros del foro, antiguo
mercado de frutas y hortalizas, están hoy dedicados a almacén
de restos arqueológicos. Contienen vaciados en yeso de víctimas
de la erupción, ánforas, y objetos diversos sacados de las
excavaciones.
Luego vimos
casas, termas, panaderías, templos, puertas, tabernas.
Particularmente nos llamó la atención la enorme casa
del Fauno, donde estaba además de la estatuilla del fauno,
el espectacular mosaico de la batalla de Isos donde el macedonio
Alejandro Magno se enfrentó contra los persas de Dario, que
se conserva en el museo de Nápoles. La casa del poeta trágico
con su famoso mosaico de la entrada de un perro atado con cadena
y la inscripción CAVE CANEM (cuidado con el perro); la necrópolis,
a la salida de la ciudad por la puerta de Herculano; la casa de
los Vetii, que eran dos libertos adinerados, con sus famosísimos
paneles pintados con rojo pompeyano y con escenas mitológicas;
el lupanar, con sus recuadros pintados con escenas eróticas;
la casa de la Venus de la concha. Todos nos dispersamos por calles
y plazas y cuando conseguimos reagruparnos, salimos para visitar
la Villa de los Misterios, saliendo de la ciudad por la Puerta de
Herculano y la Necrópolis.
Visitamos
la villa, con copias de las pinturas de las paredes que decoraban el triclinium,
un gran fresco con escenas de ritos de iniciación en los misterios
dionisíacos o de iniciación de la mujer en la vida de casada.
Por la tarde, la calle de los prostíbulos, el teatro piccolo y el
grande, el anfiteatro, el foro, y algunas otras villas recomendadas en
la pequeña guía que nos habían entregado con la entrada.
Al día
siguiente, salimos temprano hacia la Costa Amalfitana, pero a Jesús
se le ocurre que podemos visitar antes una villa que había
a la salida de Pompeya: la Villa San Marcos. Merece la pena la visita.
Mas que nada por la situación de la villa en el paisaje,
en alto, dominando la bahía de Nápoles. Por lo demás
debió ser una villa fastuosa, pero sus pinturas han sido
arrancadas de las paredes e ignoramos si fueron a parar a museos
o a colecciones particulares.
Una
vez en Amalfi, visitamos la catedral, románica con su torre campanario
del siglo XIII. También el claustro del paraíso. El jardín
está rodeado de una columnata con arcos ojivales entrelazados sobre
columnas pareadas, a la manera de San Juan de Duero. En el museo lo más
destacado es un irrete episcopal de piedras preciosas, una capilla de la
antigua iglesia con restos de pintura medieval y la cripta con pinturas
en toda ella y un altar barroco demasiado grande para el espacio que lo
alberga.
Llegamos
a Paestum, después de contemplar granjas donde se crían las
búfalas de las que se saca la leche para hacer la mozzarella. De
forma distraída íbamos charlando cuando a la vuelta de la
taquilla de las entradas, nos quedamos todos mudos y parados de la impresión.
La primera visión de Paestum es soberbia. Aparecen de pronto los
tres templos, a la dorada luz del atardecer, casi intactos. Primitivos
pero a la vez equilibrados en su composición, realzados por ser
lo único en pie entre restos arruinados y pinos piñoneros.
Para aumentar el dramatismo de la visión, el cielo del fondo era
el gris plomo de los restos de la tormenta que nos había seguido
desde Sorrento.
Era
la antigua Poseidonia de los griegos, donde surgió uno de
los más importantes conjuntos arquitectónicos dóricos.
Dentro de los 4.700 metros del perímetro de sus muros arcaicos
se elevan los tres templos: El Templo de Neptuno del siglo V a.C.
de perfecta e imponente estructura; la Basílica, el templo
más antiguo de Paestum (mitad del siglo VI) con 50 columnas
y capiteles arcaicos, y el templo de Ceres, junto al museo. Hay
otras ruinas tanto griegas como romanas, pero la espectacularidad
de los templos las ensombrecen.
El
cielo amenazaba lluvia, pero no llegó a llover. Finalmente entramos
en el museo. Francamente recomendable. Contiene metopas y otros elementos
de decoración de los templos. Algunos conservan la policromía.
Son muy diferentes a los que se pueden ver en el Museo Británico,
que son del siglo IV aC, ya que éstos son del siglo VI y V aC. La
impresión es la de una civilización todavía titubeante
pero con un gran anhelo por lograr la perfección. Además
en el museo están expuestas diversas tumbas griegas de la época,
pintadas interiormente, como la famosa del “saltador”, en la
que se ve a un hombre saltando de cabeza al mar.
CAPÍTULO
II
DE LOS ESPLÉNDIDOS
BRONCES DE LOS GUERREROS DE RIACE. EL PASO DEL ESTRECHO DE MESSINA.
LAS ISLAS DE FUEGO Y AZUFRE, REINO DE EOLO. ARRIBO AL MEDITERRÁNEO
(HOTEL).
Los bronces de Riace, de tamaño algo mayor del natural, representan
a dos guerreros en actitud relajada (después de haber matado
al enemigo, al parecer). La postura y el detalle son casi perfectos,
resaltando los detalles de los cabellos y las incrustaciones de
hueso para hacer el blanco de los ojos y los dientes. Son muestra
casi única de la escultura griega en bronce del siglo V a.C.
Según
lo previsto, llegamos al puerto de Villa San Giovanni y embarcamos.
Ibamos contemplando la costa peninsular y la siciliana y en 30 minutos
llegamos al puerto de Messina, poniendo rumbo a Milazzo, desde donde
volvimos a embarcar para Vulcano.
Vulcano forma
parte de las islas Eolias o Eolidas, por el dios Eolo que las habitaba.
Es un archipiélago situado en el mar Tirreno del que forman
parte otras islas: Lípari, Strómboli, Salina, Panarea,
Filicudi y Alicudi. Los antiguos consideraban a Vulcano como la
morada del dios del mismo nombre. Su interés reside no solo
en las espectaculares vistas de todas las islas que hay desde la
cima de su volcán, sino también en los manantiales
de agua caliente,
fumarolas, emanaciones sulfurosas y barros donde la gente se cura
sus males.
Nada mas llegar
subimos directamente al volcán. Se dominan todas las islas,
especialmente Stromboli y Lípari. Surgen fumarolas aquí
y allá, con su característico olor a azufre. De vuelta
en el pueblo, fuimos a la playa donde están los baños
de barro, que no probamos, pero si metimos los pies en el agua para
refrescarnos. Regresamos a Milazzo, para luego ir a Catania.
Catania surge
a los pies del Etna. Mantuvo una posición de gran prestigio
durante la Edad Media, particularmente con los Aragoneses que en
1434 fundaron la Universidad. Un terremoto la destruyó en
1693, y fue reconstruida en el siglo XVIII. Salimos a cenar al restaurante
dei Caballieri, recomendado por la chica del hotel. La cena fue
estupenda, pero a decir de algunos un poco escasa. El Maitre Antonio
nos agasajó con su forma de destripar el pescado con dos
aprendices que no perdían detalle y gran pompa. Era una terraza
adornada como un escenario de teatro. En Sicilia, los precios nos
sorprendieron por lo normales en la comida.