Publicado: 29 - 1 - 2013
Viajar
con un libro en las manos suele querer decir que el viajero desea
conocer lo que otros, antes que él, han observado y comentado.
El libro más común en estos tiempos que corren es
una guía de viajes ilustrada, que, con un gran despliegue
de fotografías mediante, sintetiza historia, costumbres,
tradiciones y paisaje del destino. Hubo tiempos en los que era el
mismo viajero quien hacía su propia sintesis del viaje, e
incluso lo ilustraba, a medida que avanzaba en su periplo. De aquellos
tiempos donde el turista era una "rara avis" y los viajes
tenían fecha de partida pero el retorno dependía de
los hados, cuando no había prisa y el viaje era un modo de
vida en sí mismo, nos han quedado obras magníficas,
que recuerdan un tiempo pasado y unos destinos quizá ya perdidos.
Una de esas obras
es Constantinopla y el Bósforo, de Eugène
Flandin. Leyéndola podemos recuperar algo de esos tiempos
rememorados y parte de la historia de un destino siempre atractivo,
Estambul.
Eugène Flandin
era un pintor francés que en 1839 formó parte de la
embajada francesa a la corte persa. Llevaba la misión de
dibujar los monumentos de la Antigüedad que encontrase en el
camino por Asia, y quedó fascinado con la capital turca.
Tres años después, una vez regresado a Francia, otra
misión oficial, en este caso arqueológica, le llevó
de nuevo a Oriente. Ese año de 1842 el eminente arqueólogo
francés Paul-Èmile Botta prepara una expedición
para excavar las ruinas de Nínive, recién descubiertas
por él, y requiere un pintor que plasme en dibujos las frágiles
esculturas que están encontrando. La Academia de Bellas Artes
elige a Flandin para la tarea.
Ambos viajes le dieron
oportunidad de hacerse conocido como un gran pintor (son famosos
sus dibujos de las esculturas persas y de los monumentos de Nínive)
pero además le permitieron pasar un tiempo en el Bosforo
disfrutando de la que él calificaba como la ciudad más
bella del mundo.
El
fruto de las dos estancias en Constantinopla son los numerosos dibujos
y la atinada descripción de la ciudad y de sus vecinas en
los estrechos que llevan al Mar Negro. No ahorra en su relato las
menciones históricas relevantes, que ilustran tanto como
sus elegantes dibujos, la lectura. Así, con motivo de contar
las poblaciones que llegando del Mar Negro se encuentran los navegantes
en las bocas del Bósforo, alude auna en el lado occidental
llamada Buiuk Dereh "al fondo de la cual se extiende un hermoso
valle, sombreado por un inmenso plátano cuya raíz
alimenta once troncos, y bajo el cual cuenta la crónica (...)
que acampó Godofredo de Bouillon antes de cruzar el estrecho".
Hace gala, en todo
el libro, de una buena información, tanto en lo que se refiere
a las costumbres y curiosidades de sus contemporáneos turcos
como a la historia del lugar, parándose a analizar ambas
con afinado criterio. Dice de la situación geográfica
de Constantinopla: "Esa
situación única -que dió fama a esta ciudad
durante el dominio de los romanos y aumentó sus riquezas
durante el de los emperadores griegos, que causó su servidumbre
durante el dominio de los turcos, y que en la actualidad la convierte
en un objeto de codicia para sus vecinos- no se les había
escapado, en tiempos remotos, a aquellos aventureros salidos del
Peloponeso que iban a buscar territorios lejos de su patria, ya
demasiado estrecha para contenerlos."
Resulta una delicia,
para el paladar más viajero, leer el libro y descubrir con
sus dibujos y sus palabras, rincones del Bósforo todavía
distinguibles y paisajes de Estambul que han perdurado pese a la
plana modernidad. De paso, además, pueden conocerse en boca
de Flandin, los términos turcos para la mayoría de
los edificios y ruinas de la antigüedad que va describiendo.
Antes o después de viajar a Estambul esta obra alentará
el espíritu del viajero, pero imaginemos lo que podría
ser contemplar la ciudad desde lo alto de la torre Galata con hojeando
el libro, o caminar por las calles en torno al Gran Bazar o a la
Yeni Yami siguiendo la descripción de Flandin.
Una pequeña
introducción sobre la figura de Eugène Flandin ayuda
a comprender su periplo, las vicisitudes de su vida y las peculiaridades
de la geopolítica europea del siglo XIX con respecto a Oriente
Próximo y Medio.
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Constantinopla
y el Bósforo. La Estambul de los Sultanes, de
Eugène Flandin, prólogo y traducción de Plácido
de Prada,
Terra Incógnita, José J. de Olañeta Editor,
Palma de Mallorca, 2001.
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