CAPADOCIA DESDE EL CIELO

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  Viaje en globo sobre Capadocia

La misma tarde de nuestra llegada a Capadocia, nos plantearon la posibilidad de hacer la excusión en globo. Se trata de una actividad opcional que se ofrece a los turistas y que se viene desarrollando en esta región de Turquía desde hace ya algunos años. Su éxito ha sido incuestionable: muchas empresas se dedican a ella y en todos los carteles promocionales de Capadocia aparece la imagen de sus hermosas creaciones geológicas sobrevoladas por globos de mil colores.
Aunque nos habíamos planteado no hacerlo porque es bastante caro (150 euros por persona), empezamos a valorar que lo mismo era inteligente cambiar de idea: probablemente no volveríamos a Capadocia y, si regresábamos alguna vez, igual en ese momento no se podría realizar la excursión debido a condiciones meteorológicas adversas. Así que nos decidimos. Cuando la chica de la empresa vino a cobrar, creí escuchar levemente el alarido quejumbroso de nuestra tarjeta de débito al pasar por el datáfono. Por lo tanto… ¡que mejor para olvidar las penas (y más cuando son económicas) que un baño en la piscina del hotel y una buena cena de bufet libre!

Aquella noche dormimos más bien poco. O nada. Teníamos que despertarnos a las cuatro de la mañana y eso nos generaba de por sí cierta tensión. Además, en la piscina del hotel nos contaron unos argentinos muy simpáticos que repetían viaje a Turquía (¡y maldita la hora en que se nos ocurrió hablar con ellos!), que el año anterior se había caído un globo lleno de turistas. Estábamos un poco asustados. Pero ya no había vuelta atrás.
A la hora convenida vinieron a buscarnos en varios microbuses. Nos llevaron hasta una especie de refugio de montaña a tomar un café con unas galletas. Hecho esto, nos transportaron hasta el lugar de despegue.

Para empezar, ya fue un espectáculo maravilloso contemplar aquella explanada con un buen montón de globos a medio gas, posados sobre la tierra horizontalmente y siendo inflados por sonoras lenguas de fuego. Con lentitud, se erguían majestuosos y emprendían el vuelo, llenando de esferas de colores el todavía oscuro cielo de la madrugada.


Y fuimos entrando, no sin cierto reparo aún, en el artefacto volador que nos había correspondido. Su cesta era rectangular y se hallaba divida en cuatro compartimientos de cuatro personas cada uno, para que todos pudiéramos contemplar el espectáculo desde primera fila. En su centro, se encontraban las bombonas de helio que nuestro conductor se encargaría de manejar para desplazarnos por las alturas. Nos sorprendió la ausencia de alguna medida de seguridad; había tan sólo unos agarradores.
El globo se alzó en el aire completamente inflado. Entonces, sentimos como la base de la cesta se despegaba del suelo, con suavidad. Y fuimos subiendo, poco a poco. Las llamaradas repentinas y dispersas de los que aún continuaban cargándose de gas iban, a cada instante, quedando más lejos y gritando más bajo.

Lentamente, el bello paisaje de Capadocia se desplegaba ante nuestros ojos en toda su magnificencia. Primero, las tierras de cultivo atravesadas por los caminos y, al fondo, los merengues terrosos de sus formaciones geológicas bostezando por las bocas oscuras de sus mil cavidades. Y si levantábamos un poco la mirada, la visión de cientos de globos como el nuestro alzándose sobre la tierra al tiempo que la luz del nuevo día, aún pálida, iba refulgiendo con cada vez más fuerza en el cielo. Y después, en el cuerpo, esa sensación de ligereza al elevarnos: nos sentíamos como nubes sin peso impulsadas hacia arriba por un viento amable y cálido, tocadas de lleno por los rayos del sol que ascendía en el horizonte.

El espectáculo y todo lo que sentíamos en aquel momento era sencillamente increíble. Merecía la pena estar allí. Aquella excursión en globo era sin duda la mejor decisión que podríamos haber tomado. También supimos que, probablemente, iba a ser uno de las mejores experiencias de aquel viaje a Turquía. Empezamos a hacer fotos como locos, tanto de las increíbles vistas que contemplábamos desde el aire como de nosotros mismos, para inmortalizar lo más posible aquel momento mágico.


El globo siguió elevándose, mansamente. Los elementos del paisaje eran a cada instante más diminutos y estaban cada vez más lejos. De repente, pudimos contemplar Capadocia como una totalidad que cabía en la mirada: los cañones de los ríos como enormes surcos en las mejillas de la tierra; los pequeños pueblos, donde se alternaban las casas con muros y tejado con las cavidades que antaño se horadaran en la roca; los cultivos que, en las planicies, compartimentaban el suelo en rectángulos de diferentes colores…


Y lentamente iniciamos el descenso. Cerca ya del suelo, tuvimos que sentarnos dentro de la cesta todos a la vez para facilitar un aterrizaje que respondió a la tónica general de aquel paseo por el cielo, ya que se produjo con bastante suavidad.

 

 

 

Habíamos superado todos nuestros pequeños miedos y reparos y lo habíamos hecho. Y además, había sido una experiencia inolvidable. Era el momento de brindar con una copa de champán que nos ofrecieron. Y también de inmortalizar con una foto el instante de la victoria.

 

Reportaje de Jorge Díaz Leza y Almudena Muñoz Velamazán
http://jorgediazleza.blogspot.com.es/ 
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