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ISLANDIA | ||||||
VIAJES Y VIAJEROS |
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RECUERDOS DE ISLANDIA
Mi interés por este país surgió, como no podía ser menos dada mi condición de ratona de biblioteca, de un libro, un libro cuyo recuerdo pertenece a los años de mi infancia, de esos de aventuras que mi hermano se compraba y yo me leía de paso, por aquello de amortizar la inversión. Un libro de Julio Verne, por supuesto, que narraba uno de los viajes más increíbles en la historia de la literatura, el viaje al centro de la Tierra.
Los que lo hayan leído, de niños, o, menos probablemente, de mayores, recordarán que todo empieza por un manuscrito medieval, en rúnico, por supuesto, del alquimista islandés Arne Saknussemm, que decía algo así como “Desciende al cráter del glaciar del Sneffels, que la sombra del Scartaris llega a acariciar antes de las calendas de julio, audaz viajero, y llegarás al centro de la tierra. Es lo que hice yo”.(La traducción es mía)
No aspiré yo nunca a llegar a semejante sitio pero el volcán en cuestión quedó como uno de los lugares míticos de mi infancia, uno de esos lugares que no sabes si visitarás alguna vez, porque no estás seguro de qué existan. Mis dudas se incrementaron cuando, años más tarde, coincidí en la Universidad de Viena con una islandesa a la que le pregunté por el volcán y no supo contestarme. Así que decidí ir y comprobar si el Sneffels existía o no.
No os voy a tener más tiempo con la duda, el volcán existe y en junio pasado tenía un copetillo de nieve de lo más mono. Por lo demás no me extrañó que mi condiscípula no supiese de qué le estaba hablando, porque, dejando aparte mi nefasta pronunciación, Islandia es un parque temático sobre
los volcanes y te los encuentras de todo tipo, y en cantidades abundantes a todo lo largo y ancho de la isla, una isla cuya visita es absolutamente recomendable para todos los amantes de la naturaleza. En cambio lo siento por los amantes del arte y la arquitectura, pero de eso no hay nada. El edificio más antiguo es
esta iglesia de madera, con sólo 100 años de antigüedad, y la catedral de Reykiavik es ese edificio tan característico que veis aquí al lado. Pero nombrad cualquier fenómeno natural, y seguro que lo hay, bueno, menos los bosques, ya que los árboles no pueden crecer más allá de un metro porque el continuo viento no les deja. Por lo demás hay acantilados, fiordos, desiertos, aguas termales, praderas, cascadas, glaciares, montañas nevadas que bajan hasta el mar, volcanes en distintos grados de actividad, en verano el sol de medianoche y en invierno la aurora boreal y, por supuesto, géiseres e icebergs. Y casi todo ello de acceso gratuito. ¡Y luego dicen que Islandia es cara!
Cada uno fabrica sus propios viajes a base de aquello que ve y aquello que recuerda. De mi viaje a Islandia recuerdo con especial agrado una serie de cosas.
Los caballos
A veces las frases hechas que aprendemos en idiomas extranjeros nos resultan difíciles de entender. Así me pasa a mí en un caso absolutamente chauvinista: en francés, para expresar que alguien está disfrutando de la felicidad más absoluta, se dice que está “feliz como Dios en Francia” (heureux comme Dieu en France). Yo he modificado esa frase y en mi diccionario particular la expresión se ha transformado en “feliz como un caballo en Islandia”.
Pues señor, érase una vez un grupo de turistas españoles que recorrían las verdes praderas de Islandia que, en según que zonas, poco tienen que envidiar a las de su casi tocaya Irlanda, y que se vieron asaltados por un grupo de caballos salvajes. Puntualicemos que no fue nada violento. En Islandia los caballos pastan libres y en manada, sin casa a la que puedan llamar propia y sin embargo, como tuvimos ocasión de comprobar, tienen una naturaleza de lo más dócil y amistosa. De hecho esas preciosidades que veis en las fotos se acercaron voluntariamente al grupo de turistas (nosotros), y sin el menor recelo, empezaron a olfatearnos e incluso a darnos con el morrete en las mochilas.
Les dimos pan (que se comieron) y manzanas (que no se comieron) y aprovechamos la increíble suerte que estábamos teniendo para sacar esos primeros planos con ellos, acariciándoles sin mayor problema. Se ve que estos caballos islandeses están muy liberados. Yo en concreto intimé con ese blanco y marrón que veis aquí, marcado por una heridita vertical en la frente.
Pero no sólo eso. A la vuelta el grupo se dividió en dos. Yo me integré en el de las lentas, que fue el que inició el primero el regreso desde las cascadas a la furgoneta y hete aquí que de nuevo los caballos vienen a nuestro encuentro y el castaño con la heridita en la frente me viene por detrás y me da un empujoncito suave en la mochila, y yo me vuelvo, y veo que es él, y le acaricio el hocico, y él se deja, y yo le acaricio detrás de la oreja, como si fuese un gatito, y él se sigue dejando, encantado. Y he aquí que mis compañeras me llaman y me tengo que ir, y se corta en flor un idilio que prometía mucho. Así de dura es la vida… del turista.
Las ovejas
Pacen libres por el campo, como los caballos, pero, al contrario que sus compañeras españolas, no son gregarias en absoluto. De hecho viven en pequeños núcleos familiares, cada oveja no
con su pareja, sino con sus crías, que suelen ser dos. En junio los corderitos tenían ya como un mes de vida, y no se cansaban de corretear y saltar, mientras las madres ovejas rumiaban tranquilas. Eso sí, eran mucho menos sociables que los caballos y en cuanto intentabas acercarte para sacar una foto salían corriendo (yo soy pobre y tengo una maquina sin zoom, así que no puedo sacar fotos de lejos, listos). Esos tres que veis ahí eran unos curiosillos que estaban al otro lado de la valla la noche del solsticio y dado que en vez de ver duendes sólo veíamos corderos, pues bueno, les saque una foto y ahí están. Milagros de la noche de San Juan, que no sé cómo se traduce en islandés.
Los icebergs
Apenas diré nada. Mejor contemplad la belleza de las fotos que acompañan. Es casi lo único que está preparado para el turismo y aún así, conozco a varias personas para las que son lo más bonito de Islandia. Yo los vi en un día con sol, pero una amiga que los contempló bajo la lluvia me dijo que le parecieron más impresionantes todavía. O sea, que no os preocupéis por el tiempo que hace el día que vayáis a verlos, seguro que estarán bonitos. Claro que también tengo otra amiga que al ver las fotos me dijo que eso no era nada en comparación con los que se ven en el glaciar Perito Moreno, en Argentina, pero es que nunca ha de faltar una pedorra que intente aguarte la emoción estética.
Las cascadas
Cada uno es como es y le gustan las cosas que le gustan. Yo soy cáncer, signo de agua,
y me encanta el agua. Supongo que los leos o los sagitarios que visiten Islandia hablarán y no pararán de los volcanes que, personalmente, me traen bastante al fresco. Para mí uno de los mejores recuerdos de Islandia son las cascadas, las mil y una cascadas propias de un terreno muy abrupto y de una lluvia casi incesante.
Ahí tenéis una pequeña muestra, desde Glymur, la que tiene el salto más grande de toda la isla; Goddafoss, la cascada de los dioses, la cascada del Arco Iris, Svartifoss, la cascada negra….. y la inmensa Dettifoss, para mí la más impresionante de todas. Si todavía no lo habéis deducido por vosotros mismos, “foss” quiere decir “cascada” en islandés.
De lo que pasó con un loco en un glaciar en la noche del solsticio
Además de “foss”, la otra única palabra que aprendimos en islandés fue “jökull”, que quiere decir “glaciar”, otro de los fenómenos de la naturaleza presente con abundancia en toda la isla y ante el que nos sentíamos como chicos con zapatos nuevos. No contentos con disfrutar por la mañana de la inmensidad del Vatnajökull, que ocupa él solo la mayor parte de Islandia,
por la noche fuimos a dar una vuelta por sus estribaciones, ya que estábamos alojados cerca. Era además la noche más corta del año, la noche del solsticio de verano y queríamos hacer algo especial, así que dejamos nuestro alojamiento y nos fuimos en busca de la las lenguas de hielo, por supuesto con gafas de sol a las once de la noche, que también resulta original.
Pasamos por unas casitas, salieron a recibirnos los corderitos, y detrás su dueño, un paisano alto, fornido, pelirrojo, rubicundo, y con unos ojos azules, saltones, ligeramente desviados, que nos causaron una cierta prevención: si no estaba loco, tenía toda la pinta de estarlo. Esa fue nuestra impresión colectiva, claro. La verdad es que el pobre hombre, que a lo mejor era simplemente algo anormal, fue muy amable, en la medida de sus posibilidades. Viendo llegar a cuatro desconocidos a su casa a eso de la medianoche, en vez de sacar un fusil y liarse a tiros, se acercó y antes de que hablásemos nos preguntó: “Yokull? Yokull?”, y dijimos que sí, ja, yes, lo que se nos ocurrió, y el señor pelirrojo nos señaló con la mano a lo lejos. Puede que dijese algo más en islandés, pero de eso ya no nos enteramos. Seguimos en la dirección que nos había indicado y nos encontramos con el glaciar, de cuya visión, a la luz del (nublado) sol de medianoche disfrutamos largo rato.
La vuelta fue algo más penosa. Más que nada porque nos dio por pensar en el pobre hombre, y empezamos a decir en voz alta ”mira que si ahora sale el loco y nos mata”, “mira que si se despierta y viene a por nosotros”, “fíjate que hay luz en esa ventana” “oye, que se han movido las cortinas”. Lo decíamos en broma, pero la verdad es que un poquito acongojados si que estábamos.
Y esa fue toda la aventura del solsticio, un amable islandés que ve a cuatro tipos con clara pinta de guiris meridionales por el campo a medianoche y deduce, que ande van a ir a esas horas las criaturitas, si no es a ver la lengüecica de hielo que está dos kilómetros más abajo. Si es que están locos estos turistas. Seguro que al día siguiente se lo contó a su vecino Sven y los dos se rieron mucho de nosotros.
Los hot pots.
El agua, siempre el agua, tan presente en toda Islandia. Debido a la actividad volcánica del suelo, hay muchos manantiales y fuentes de agua caliente, sulfurosos algunos, y posibilidades de darte un baño en una piscina natural de agua caliente al aire libre. Pero esa no es la única opción, existe otra, igual de deliciosa y un poco más civilizada; es algo tan sencillo como ir a la piscina municipal y disfrutar de lo que no sé cómo se llamará en islandés, pero que para facilitarnos la vida a los turistas, los locales designaban como hot pots (literalmente, ollas calientes)
En mi estancia en Islandia nos alojamos en pueblos diminutos, y no creo que en ninguno faltase una instalación de este tipo. Y en todas ellas, aparte de la piscina grande, para poder nadar, había varias pequeñas, redondas, cada una con una temperatura distinta, habitualmente dotadas de un banco en el que podías sentarte y recibir chorritos de agua, caliente, por supuesto, en la espalda, en los pies, o en la parte de tu anatomía que pusieras delante. Una posibilidad que me arrancaba gemidos de placer, no podéis imaginaros qué cosa más rica. Lo malo era salir y encontrarte con una temperatura ambiente en torno a los 10 o 12 grados. Obviamente, las carreras de un hot pot a otro eran obligatorias.
Y aparte del gustito, es un sistema que posibilita mucho la vida social, el sentarte a charlar con lo amiguetes, literalmente con el agua hasta el cuello. Mis compañeros de viaje y yo hicimos un uso intensivo de estas instalaciones públicas. Eso sí, a los únicos que se nos oía en toda la piscina era a los españoles, características de la idiosincrasia latina. Y eso que una señora local, al decirle en inglés cuál era nuestro origen, se quedó sorprendida de lo poco black que éramos. Lo juro, no dijo brown o dark, no, dijo black (negro, por si alguien no lo sabe). No si al final va a ser verdad eso de que para algunos África comienza en los Pirineos.
Y una hermosa despedida
La tomo prestada del encantador protagonista de una novela islandesa al que, si queréis, podéis llamar Bubu, “No sé quién eres, pero si vas al este entonces ve con cariño, si al sur con alegría, si al oeste con seguridad y si al norte con novedad. Que tengas suerte en todos tus viajes” (La traducción es de Mariano González Campo)
Para saber más:Pagina de la oficina de turismo de Islandia (en español)
http://www.icetourist.is/default.asp?cat_id=27
Revista mensual en internet sobre los países nórdicos, versión en español.
http://www.scandinavica.com/es/islandia.htm
Tierra de Fuego, librería y agencia de viajes, organiza para este verano un interesante viaje por Islandia
texto y fotos:
Sofía Aragón Sánchez
sofiaas@viajesyviajeros.com
Prohibida la reproducción, total o parcial, sin permiso del autor
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